Los ideólogos: Cartas americanas

130 :rviANUEL LORENZO DE VIDAURRE Presumo que usted pretende examinarme sobre lo que han escrito sobre es– ta importante materia, Maquiavelo, Montesquieu y Filangieri. ¿Qué po– dTé añadir a las reflexiones de estos filósofos pensadores que ya han hecho acopio de las ideas más sanas, más justas y útiles? No haré pues sino una ligera aplicación de sus conceptos al caso en que nos hallamos. Nuestra monarquía tuvo antes de Fernando VII el Toisón, las órde– nes militares, tres de Carlos III y de la gracia de San Juan. Hoy se han añadido diez entre Isabel la Católica, San Fernando y San Hermenegildo. También las mujeres fueron halagadas por la reina madre con la banda de María Luisa. Es mayor el número de los hombres que traen una cinta al pecho, que aquellos que carecen de este distintivo. A las nominadas reli– giones se añade un número inmenso de premios. La medalla de Bailén, del Norte de Vilcapugio, ¿Quién tendrá memoria para Tetener tantas y tan– tas especies diversas? El resultado es que ya no son pruebas de honor si– no indicios manifiestos de ruina. Es Roma concediendo el triunfo a las per– sonas más viles y despreciables. Ha llegado la época en que el hombre be– nemérito renuncie a recompensas, que lo equivocan con las últimas gentes, o con las más corrompidas. Como es necesaria la proporción entre los de– litos y las penas, lo es de igual modo entre los servicios que se hacen al estado, y las recompensas que se reciben de los reyes o administradores. El exceso en el castigo es tiranía: en el premio, un fraude o dilapidación de los bienes públicos, que no consisten únicamente en los metales, si tam– bién en los signos de la estimación genernl. Si el público no opina en fa– vor del agraciado, éste no es un poseedor, sino un usurpador del distintivo, ¿será posible que entre tantas gracias prodigadas se hubiese guardado la religiosa proporción? Veo lo contrario. Hombres de mérito olvidados, re– prendidos y arruinados. Militares que no asistieron a las campañas con las orlas del triunfo. Jueces venales con honores del consejo: publicanos ruines y corrompidos elevados a las primeras plazas. Lo que admiro es que en medio del furor de nuevas órdenes se esta– bleciese la Cruz de Isabel la Católica que nos recuerda nuestra clase de co– lonos inferiores a los europeos, y no se meditase en otra semejante o igual a la de San Patricio en Islandia con el mote "Quis nos separabit:" ¿quién nos separaTá? Entre todas, ésta con buenas reglas, y no de aparente con– cordia, podía haber producido efectos los más ventajosos. No se quieren, porque nos hallamos en el caso de la corrupción de los principios monár– quicos señalada por Montesquieu. Los honores son los signos de la servi– dumbre. No se conceden al mérito verdadero, sino al partido que se toma. El más cruel, el más opresor era el más grande en el reinado de Nerón. Hoy el que ha derramado más sangre de sus hermanos, es el que goza mayores distinciones. Justo Fernando, ésta no es tu obra. Es la desgracia de los príncipes, que no se les habla del bien público, ni se les da a conocer sus intereses reales y efectivos.

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