Los ideólogos: Cartas americanas
144 MANUEL LORENZO DE VrnAURRE el Estado? ¿Cree el obispo que entre nosotros se trastorne de modo el or– den de la naturaleza que tomemos por guías a nuestros hijos? ¿En cuán– tas casas principales ha visto a esos niños mezclarse en las conversaciones serias, dar su voto, y que sea respetado? Es grande el amor que les pro– feso, y no obstante jamás alterné con ellos, ni me hallé en concurrencia donde hablasen en tono decisivo y magistral. La América tiene literatos, sabios, pensadores, hombres sublimes, cuyas plumas y discursos asombra– rán algún día la Europa. No se busquen en un colegio estas almas forma– das y grandes. Pónganse los ojos en los más olvidados y perseguidos, es– tos son los que deben temerse en caso que el agravio llegue a no ser su– frible poT la prudencia. Amigo mío: es mucho lo que me he dilatado. Al principio juzgué sería suficiente cuatro letras para demostrar los errores del dictamen. Co– rrió la pluma sin sentir. No me pesa pues he ilustrado la materia y se co– nocerá que ni mis colegiales son impíos y Tebeldes, ni la pena de purgación radical corresponde a unos ligeros defectos fáciles de enmendarse y corre– girse. Concluyo diciendo, que un gobierno que no fuese capaz de sujetar unos niños y hacerlos buenos, daría la más Televante prueba de debili– dad y abatimiento. En todas daré a usted las más seguras del tierno afec– to y confianza que le profesa su seguro servidor que su mano besa. SOBRE NIÑOS EXPUESTOS EN LAS CALLES DE LA CIUDAD DE LA PAZ Miércoles 19. A1nigo mío: En toda la noche no me ha sido posible conciliar el sueño. Antes de acostarme leí mi correspondencia del Cuzco, y entré con ella en tal tur– bación que mi máquina fue incapaz de reposo. Entre las melancólicas no– ticias recibidas, fue para mi la mayor, la multitud de niños expuestos en las calles y plazas de la Paz. Esta ciudad rica había desconocido este cri– men en todos los siglos anteriores. Es terrible: y me anuncia otros aten– tados de la misma o de peor naturaleza. En todo país donde las desgra– cias, guerras civiles, excesivos impuestos, y tiranía de los magistrados hace difícil la subsistencia, se desprenden las madres del fruto en el momento mismo del paTto, o procuran con medios horrorosos dejar de ser madres. Roma vio como de costumbre estos excesos: esta ciudad imperial tenía ri– cos edificios pero pobres ci udadanos. Fueron en la América generales en los primeros años de la conquista. En París era expuesta la tercera parte de los nacido . La naturaleza tiembla, y e estremece cuando para conser-
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