Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 145 var una de sus leyes tiene que violar otras; pero siempre se ejecuta, cuan– do se compromete la existencia personal con la de seres distintos, aunque sean muy amados. Entre los judíos se ve una madre asando un hijo, y también se vio en Francia en la guerra de la liga. En uno y otro pueblos la hambre devo– radora precipitaba a esos sacrificios. Se mantiene el israelita del estiércol de las aves. El parisiense hizo pan de Jos huesos de los muertos. ¡Hom– bre, hombre, detente, y mira que las necesidades nacen de los caprichos! La naturaleza sabia te ha dado bienes superabundantes, no los malogres por pasiones vergonzosas y terribles. Antes de la guerra de Tupac Amaru el oro se trocaba en esa opu– lenta ciudad por los alimentos más comunes. De este metal precioso se adornaba la gente de la última plebe, y era rara la habitación que no tu– viese de él algunas piezas de servicio. Estaban las casas de los ricos cu– biertas de plata, y sus vajillas eran compuestas del oro más puro. No ne– cesitaba el miserable polizón, ( * ) sino llegar a sus confines, para acopiar con poca industria y trabajo, caudales superiores a los que gozaron diez mil de sus ascendientes. El comercio de la coca, la extracción de la quina eran ramos tan copiosos como las arenas de Tipuani y Larecaja. Era tan difí– cil hallar en aquellos lugares un mendigo, como lo es hoy en Lima cami– nar en las calles, sin ser detenido poT las súplicas de tres o cuatro menes– terosos. El gozo continuo se leía en todos los semblantes. En el merca– do se acopiaban las producciones de toda la América y de todo el univer– so. Las muchas comodidades impedían semir el rigor del frío. Puertas y balcones de cristales, braseros con leñas odoríferas, tapices exquisitos, ro– pas del mejor lujo y abrigo eran unos reparos superiores a los que se tienen en San Petersburgo para cautelar los hielos del norte. ¡Quién en el seno de la opulencia no apetecería propagarse, y ver en sus descendientes los po– seedores de tan inmensas riquezas! ¿Cuál sería la Medea impía que devo- 1ase voluntariamente a sus hijos? Aquellas mismas personas a quienes la naturaleza había negado frutos propios, recogían los ajenos. Todos que– rían ser padres, porque todos eran capaces de sostener su hogar y familia. Algo varió ese feliz estado después de la época indicada. La paz era poderosa pero no tanto como en sus principios. La rodeó el fuego de la guerra civil. Tomó partido contra los principios de la razón, y la bue– na política, y se hizo infeliz y desgraciada. Su situaci6n en el centro del Perú, y en los fines del gobierno de Buenos Aires, la exponían a ser pron– tamente sorprendida por las armas del rey. Muchas veces procuró su in– dependencia, pero sucumbió siempre. El Porteño retirado mas de trescien– tas leguas, no podía soconerle intermediando nuestro ejército y señor de (*) Aventurero español o extranjero.

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