Los ideólogos: Cartas americanas

146 1"1ANUEL LORENZO DE VIDAURRE Oruro. Cochabamba, Potosí y Chuquisaca eran sus fueTZas muy débiles por sí, y muy lánguidos los espíritus de los cuzqueños y arequipeños sus limi– trofes. Debía callar y obedecer, para no ser presa de los infames salteado– res, que la querían delincuente para tener pTetexto de saquearla. ¿Quién numerará los atentados y extorsiones cometidas por los que la han gobernado? Yo veo de hito en hito en los infiernos la alma del mal– vado l\.1arqués de Valdehoyos, acérrimo enemigo de sus compatriotas, y también del soberano. No soy consejero del señor, pero hablo según el oT– den general de la Providencia. Esta serpiente no respetaba ni estado, ni religión, ni edad. Bañado siempre en sangre, velaba meditando en la no– che sobre las personas que había de asesinar en la mañana, y las casas que debía entregar al pillaje. No pagó con su vida sus infamias. Era menes– teT que se reprodujese muchas veces. Sufriendo todos los tormentos que inventaron los tiranos, lavaría en algún modo sus crímenes. El dejó el ejemplo de ellos. ¡Terrible ceguedad de los déspotas! ¡Subir al trono man– chado con sangre! Ven a sus pies el precipicio y no temen los senderos del que precedió. R[amírez] ahorca, confisca, pasa por las aTmas, impone unas sobre otras contribuciones exorbitantes, destierra, proscribe, y hace al fin que el pueblo le dé gracias como prueba la más cierta del último grado de opresión. ¿No será la consecuencia de esta política, quedar los campos sin la– bor, las minas sin manos auxiliares, el comercio impedido, los talleres en abandono? ¿Querrá tener hijos el que no puede alimentarse a sí mismo? La madTe cuyos pechos se hallan sin néctar por la falta de sustento, ¿có– mo no se desprenderá de la prole para que muera en distancia de su vista?. ¡Angeles del Señor! ¡Espíritus inocentes que volasteis de las pla– zas de la Paz, después de devorados vuestros cuerpos por los hambrientos perros, a las delicias del empíreo, pedid a vuestro remunerador el represen– tar al rey Fernando las desgracias y miserias en que se halla vuestra pa– tria! Decidle que oiga por las voces de almas desprendidas de intereses y pasiones, el estado a que se ha reducido la parte más pTeciosa de su mo– narquía. Presentadle a lo vivo ricos montes abandonados, fértiles campi– ñas regadas con sangre, y matizadas de los cráneos y huesos de sus vasa– llos, ríos que conducen el oro, y lo sepultan, por no haber quien lo recoja de sus veredas. Pueblos enteros abrasados en los que peTmanecen los sig– nos espantosos de las órdenes de un comandante entregado al vino. Mani– festadle: ¡pero ha! ... Yo temo que las puertas de los palacios se hallen ce– rradas por la ambición y la codicia, aun para los mismos emisarios del cielo. Amigo mío: ¿con quién hablo? No sé si escribo a usted, si racio– cino, si deliro, si me hallo en el Perú, o en un abismo; s6lo conozco que existo, porque en medio de mis aflicciones amo a usted tiernamente y le de– seo ]os mayores bienes.

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