Los ideólogos: Cartas americanas

150 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE hombres sujetos a pasiones. Sé muy bien cuanto abusan de la imbecili– dad e ignorancia de los pueb los. Estoy muy distante de presumir que for– men en el estado un cuerpo distinto y superior a las leyes. Deben ser cas– tigados sus crímenes, y sujetos a los suplicios con proporción a los atenta– dos que cometen. Mi disertación anterior al código criminal cuando escri– bo sobre la necesaria reforma, contiene verdades luminosas. ¿Pero he pen– sado arrojar a estas personas respetables entre el lodo del bajo pueblo, y hacerlos el objeto de nuestro desprecio? De ningún modo. Esta falsa fi– losofía acaba con los vasallos y los reyes. En el momento que crean es– tos con Hobbes, que la religión no tiene otra forma que la que le da el prín– cipe, destruyendo sus fundamentos, será carcomido el más firme apoyo del trono, como concebían J amín y Bergier. FieTas sin freno extenderán sus ojos centelleantes sobre el rebaño. A sus fuertes uñas no podrán resis– tir de pronto millares de ovejas; pero si·n más armas que las lanas, oprimi– rán al fin a sus enemigos por el número. No se diga que no es lo mismo la Teligión que el ministro. Apenas esta objeción sería sufrible en un pagano. El Evangelio nos enseña que sus personas son sagradas. Cerca está de despreciar el numen, el que se atreve al sacerdote. Entre los motivos para mí más horribles, que deben separar a un cristiano de las revoluciones, es, los excesos que se cometen contra el clero. Como los jefes de ambos paTtidos conocen lo que influye en el pueblo la enseñanza de los párrocos y religiosos, los persiguen como a cabezas de motín. Será justo que se les sujete cuando sean delincuentes. Consiste la desgracia en que los malvados las más veces se valen de este pretexto, para vengarse de un inocente. Es muy antigua sentencia, que el crimen de majestad se imputaba al que de otro modo no podfa tenerse por criminal. Pocos hombres han trabajado tanto por la causa del rey, como el Cura de Tupiza . Enseñaba la sana doctrina en el púlpito, rogaba conti– nuamente en el templo, hizo los donativos más grandes. Quiso su desgra– cia que se le exigiese una suma que no podía llenar. Esto es bastante pa– ra que se le forme causa de rebelde, del modo que en semejantes casos se acostumbra. Apenas sale de ella, cuando se le saca a pie de su casa, y del abrigo de sus feligreses; a pie, rodeado de soldados, y queriendo que ande poT muchas leguas al paso de las bestias. El hubiera muerto en la segun– da jornada, sí una persona piadosa condolida de verlo en tanta fatiga, no le hubiera dado una mala mula. Con ella hace la peregrinación de seis– cientas leguas, hasta ser encarcelado con los públicos malhechores en nues– tra cárcel de corte. ¡Cuánto aquí padece! ¡Todos quieren robarlo por la opinión del rico! Los depTavados ministriles le registran hasta su pobre cama. No logra se le reciba un memorial, sin que pague los derechos. Declara la sala del crimen, que no es culpable, y el virrey se niega a resti– tuirlo a su parroquia.

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