Los ideólogos: Cartas americanas

AL SERENISIMO SEÑOR DON FRANCISCO DE PAULA, INFANTE DE ESPAÑA Serenísimo Señor: Si mi carácter me distingue del común de los hombres, mi dedicato– ria no puede convenir con las que hasta la presente se han escrito. Nada quiero, nada temo, nada pretendo dije en uno de mis papeles. Mi pluma dirigida por un espíritu verdaderamente libre, ni entra en pactos con la grandeza, ni se acomoda con las opiniones hasta aquí Tecibidas,. como me– dios infalibles de elevación y de fortuna. Fui decidido por la casa de Bor– bón en medio de las guerras civiles. Me pareció una infamia, separarse un magistrado del gobierno que lo había constituido. Pensé que era fácil la reconciliación perfecta, si se examinaban con prudencia las causas de la di– visión, y se procuraba su pronto remedio. Por eso hice los mayores sacri– ficios arruinando mi familia con donativos numerosos, y exponiendo mi vida a los resentimientos de un partido, que creía prosperaría poniéndome a la frente de sus banderas. Nada he adelantado con mis escritos, y la obra que tengo el honor de pTesentar a Vuestra Alteza, le dará a conocer el esta– do en que se hallan las Américas y su evidente separación de la España. Verdad política, que procuraron encubrir aduladores cortesanos, pero que para el pensador fue de certidumbre matemática. Uní en la historia las dulzuras del amor, poTque un corazón sensible sufriría con tormento la lectura de un libro lleno de sangre, cuyas páginas refiriendo los estragos de la crueldad y tiranía, serían tanto más pesadas, cuanto más fielmente escritas. El viajero que camina entre secos arenales, elevados montes sin agua, espantosos precipicios, descansa con placer si se intermedian fértiles llanos, frondosas arboledas, mansos arroyuelos. Es el orbe embellecido por sus contrastes, y ninguno mayor que las delicias de una amada y los furores de la guerra. Mezclo la religión y la moral, porque de sus principios bien entendi– dos depende la felicidad de los pueblos. Tiberio hoy no podría ser déspota, y el abuelo de Vuestra Alteza Enrique IV, no moriría a las manos de un aleve, si el fanatismo no hubiera corrompido dogmas los más sagrados. No

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