Los ideólogos: Cartas americanas

PROLOGO Las primeras de estas cartas manifiestan el objeto con que se escri– bieron. Yo tengo la gloria de haber inspirado a los cuarenta y un años de mi edad una pasión violenta a la joven más hermosa de mi país. Aún la tengo mayor en haberla diTigido por el camino de la virtud. Este esfuerzo cuasi contrario a la naturaleza, me acercó a los bordes del sepulcro. En el secreto de mi gabinete continué escribiendo sobre hechos todos ciertos, so– bre máximas políticas, y sobre puntos dudosos de la escritura. Fue mi de– signio únicamente, distraeTme de las penas que abatían mi espíritu y des– trozaban mi corazón. Jamás pensé que se publicasen, a pesar de las instan– cias repetidas de mis amigos. El bien que puede resultar a la patria, me obliga hoy a darlas a la prensa. Ignoro cómo serán recibidas, pero sé que toda clase de personas puede sacar de ellas reglas muy útiles para su con– ducta. Ciudadanos y reyes, padres de familias y esposas, sacerdotes y lai– cos hallarán en compendio sus derechos y obligaciones. El historiador im– parcial se ilustrará en los sucesos principales de la revolución de la América. Las naciones extranjeras conocerán el estado de aquellos reinos para arre– glar sus tratados de comercio. La España abrirá los ojos sobre sus verda– deros intereses, y se convencerá que el único medio que tuvo de dominar en el Nuevo Mundo, fue el hacerlo feliz por un buen gobierno. Cuando mi obra alcanzase este resultado, me tendría por el ser más dichoso de los que ha– bitan la tierra. Olvidaría la martirizante separación de mi país, de mis hi– jos y de otros objetos que formaron largo tiempo mis delicias. No ha sido mi ánimo en materia de religión oponerme a la santa doc– trina de la iglesia. Es por esto que mi manuscrito estuvo laTgo tiempo en poder del reverendo padre fray Francisco de Sales Arrieta. Habiéndose exi– mido a coadyuvar a mi trabajo, tuve que foTmar por mí las contestaciones. Si se halla algo herético o desaprnbado, tendré la mayor satisfacción de que se me advierta, para retractarme públicamente. Soy católico, y no quiero separarme jamás de la fe que profesaron mis mayores. Nombro las personas en los casos que corresponden a la historia: las omito cuando trato de una doctrina general. No he alterado cosa alguna, ni por interés ni por venganza. Mis defectos mismos aparecen en todo su

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