Los ideólogos: Cartas americanas

10 MANUEL LORENZO DE VrnAURRE saciable avariento, tus riquezas se convirtieron en lodo. Calumniante vil, espántate al ver entre la luz y la gloria la víctima que con crueldad sacri– ficaste. Mujer infiel, tus falsedades se descubren, sus frutos se conocen, el pudor que renunciaste hoy te aflige y atormenta. ¿Pero qué? ¿Sólo cua– dros dibujados por- el vicio, ennegrecidos por el crimen se presentarán a mi imaginación triste? Acostumbrado a ver los hombres empapados en los delitos ¿no hallaré, ninguna imagen agradable y halagüeña? Sí: yo te veo: yo te veo amada mía más hermosa que lo que me pareciste en aquel momen– to ... tus ojos exceden en dulzura, las menudas perlas de tus dientes toman el resplandor de los luceros, el oro de tu pelo no varía, y; tus delicadas car– nes no están expuestas ni a disminuirse, ni a corromperse. La vejez ni las enfermedades, esas enemigas siempre irritadas contra la hermosura, ya per– dieron su poder. No estás cubierta de preciosos adornos. Tu desnudez hace admirar tu belleza, sin que la sensualidad se recree en unas perfeccio– nes, que hoy no pueden meditarse sin incendio. El justo juez te destina a vivir con los ángeles. Angel mío, allí nos amaremos sin relación de sexos ni pasiones. El soberbio, el orgulloso, el perseguidor, el tirano no entrarán en las solemnes bodas del cordero. El humano, el sensible, el que solo pe– có por amor, habiéndose arrepentido, gozará una dicha que ignoramos, pero que debe ser muy grande, siendo la recompensa de un Dios, y sabiendo que allí nos espera una mansión donde se ama sin temores ni remordimientos. Todo esto debe ser objeto de tu creencia. Espera firmemente que tus pecados se perdonen por el arrepentimiento. Es cierta la potestad con– ferida al sacerdote, aunque el modo de la confesión haya sido arreglado por la iglesia. En la eucaristía ve a un Dios humanado, amante fino que se es– conde, y hace pequeño por unirse con el hombre. Si los placeres de los sen– tidos en unos seres que todo lo perciben por ellos, no tuvieran tanta potes– tad, ¿qué correspondencia no exigía ese amor milagroso? Mas Dios es tan bueno que nos ama, sin retirarse por nuestra tibieza. Señor benigno, no mi– de el tributo por lo que merece, sino por la pequeñez del que lo presenta. Han dado las cinco: no sé si omití algo que corresponda a nuestra fe. Yo me sujeto a la iglesia, voy a procurar un rato de reposo. Hora espan– tosa: ella es la misma en que tantas veces te dividiste de mis brazos, aun– que no de mi corazón. ¿Ya no volverás a ellos? No: aun el pensarlo es un delito. Aplaquemos la deidad, no la irritemos de nuevo. Jueves, siete de la noche. ¡Ah, que el hombre en sociedad tiene que hacer fuertes sacrificios! Libertad natural, tu serías preciosa, si el hombre fuese justo. Diez veces tomé la pluma para escribirte y otras tantas la dejé, impedido por moles– tas e importunas visitas. Contestar con agrado en medio del tormento; dar

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