Los ideólogos: Cartas americanas

12 MANUEL LoRENZO DE VrnAURRE por mis consejos. He deseado sobre manera ver un milagro, y no lo he conseguido. Es la materia más difícil de decidirse. Para lograr sobre esto certidumbre, era preciso que conociésemos todos los secretos de la natura– leza. Para mí son tan evidentes los que ejecutó el Mesías, como falsos los más de los que se nos anuncian. Estoy por los que se refieren en los prime– ros siglos de la iglesia; eran entonces necesarios. Respeto los que ha apro– bado la Silla apostólica, a los demás les tengo una guerra declarada. Se ha hecho una especie de negociación, acreditar las imágenes con portentos. Algunos interesados si leyesen esta carta, querrían que se me quemase como a un judío. ¿Cuándo no fue esa la suerte del hombre que desprecia la su– perstición, y no rinde la cerviz al engaño? No ofendas tampoco a la deidad con creer que se aplaca con dones; su justicia separa los ojos de las víctimas que le presentan el tirano, y el impío. ¿Es esto negar el culto externo? De ningún modo. Es conocer que un espíritu puro e inocente, un arrepentimiento sincero, son los verda– deros holocaustos. El Señor, el dueño de todo, no nos necesita para enri– quecerse. Recibe nuestras ofrendas por la intención que las anima, no por ellas mismas. ¿Te acuerdas cuantas veces te decía, amo más una tierna vista de tus ojos que lo más vivo del placer? Pues si el hombre carnal se explica así, ¿cómo verá las hecatombes un ser que no tiene sentidos? ¡Cuán– to degradaron la pureza de la religión los malos sacerdotes con su desenfre– nada codicia! Con todo te aconsejo, que jamás te niegues a lo que piden; es mejor soportar sus flaquezas, que turbar el método público, o exponerse a sus furores. Ya me arrepiento de estas últimas palabras. Alma generosa, cuan– do resististe al ruego; cuando tuviste esfuerzo para distinguir la necesidad verdadera de la falsa. Pecas en sensible; sí: quisieras ser dueño del uni– verso para repartirlo. Tu corazón, tu amor lo reservaste para mí. No, ni aún ésto: amas a tus semejantes, a mi me ... no se como explicar la prefe– rencia. Josefa Luisa. ¿Qué mezcla? Nadie vea mis cartas. Dios, filo– sofía, amor. Mas de qué me asombro ¿todo esto en qué se contradice? Viernes, tres de la mañana. ¡Qué silencio! feliz reposo el de toda mi dilatada familia. He pasa– do diversas piezas para encender una luz, nadie me ha sentido. Este sue– ño profundo cuantos placeres nos facilit6 en otro tiempo. Entonces ser– vía para mis glorias, hoy para suspirar con libertad y llorar la separación de mi dueño. Acompáñame amada mía; mira que fallezco. Dame energía, pues la debilidad apenas me permite tomar la pluma; que materia la que trato de escribiT. Tu confesión: si, el modo de hacerla. La relación ver– dadera de tus culpas al ministro que representa al Señor. Sacramento san-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx