Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 13 to aunque terrible. El rnbor, el. . . Dios lo dispuso, y es menester obede– cerlo. La iglesia fijó la forma, pero la institución es divina. Dirás tus pecados, ¿y cuáles son? Amor, amor. Haberte entrega– do a un amante que es el único culpable por no haber respetado tu senci– llez. Sí, yo soy el criminal, el delincuente. Yo debía ser el custodio de tu inocencia, y como hambriento lobo te sacrifiqué a mi irracional apetito. ¡Pero ah! ¿Eran posibles las reflexiones delante de tu belleza? Filósofos, ascéticos, moralistas, ¿cuáles serían vuestros sentimientos, al lado de la Ve– nus de América, de una mujer que acompaña a la hermosura todo lo dulce del clima en que nacimos? Yo deliro: no es este el plan que medito de mi carta. No uses de pinturas en la confesión. Recorre los mandamientos, y simplemente dí en que los has violado. Si algo te se pregunta fuera de ellos, excúsate a contestar. No abras la más pequeña conversación. Si te increpan e insultan, apártate en el momento: el que lo ejecuta no repre– senta a J esu Cristo. Si te atemorizan con el infierno, dí que crees que lo mereces, pero que más te atraen las bondades de tu Dios. Si te ordenan que no me ames, dí que eso es contrario al Evangelio. Puede haber amor puro. La gracia hace estos portentos. Si te dan penitencias que te mal– traten, representa lo delicado de tu naturaleza. Sábado, seis de la mañana. Un acaso me hizo quedar sin luz y suspender la carta. Yo he que– dado inmóvil largo tiempo meditando tu cuerpo herido por la flagelación. ¡Cuáles han sido mis sentimientos! ¿Cuáles? Yo me guardaré de expli– carlos en las cercanías del santuario, y cuando vas a presentarte al ser que halló manchados los ángeles. Repruebo esta penitencia principalmente pa– ra las mujeres. Las delicadas fibras heridas, es más fácil que aviven la concupiscencia que el que la extingan. La posición misma, las partes desti– nadas al castigo, la cercanía de otras... No: venero la enseñanza de los ascéticos, pero ellos han entendido muy poco de nuestro físico mecanismo. ¿Qué cosa mas indecente, que en las cercanías del altar, mujeres desnudas, dándose débiles golpes, y cantando un salmo que no entienden, cuya dulce música hace diferentes impresiones en sus corazones sensibles? Rara será la que no recuerde a su amante. Un contraste necesario entre el amor car– nal y el divino. · Si tenemos en el Evangelio la verdadera doctrina para qué solicitar otra. La oración y el ayuno: esto lo apruebo si se ejercita con moderaci6n. El exceso puede causar enfermedades e ilusiones. Esas vistas de los ánge– les, esas apariciones del demonio, esos éxtasis por lo regular son los efectos de vientres y cerebros debilitados. Conozco verdaderos justos que jamás

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