Los ideólogos: Cartas americanas

16 MANUEL LORENZO DE VrnAURRE mi resolución firme. Mi salud notablemente alterada apenas me deja pen– sar y mucho menos escribir. Mecanismo admirable del cuerpo y el espí– ritu: estos dos compañeros dividen siempre los placeres y las penas. Unete a tu esposo en todas sus ideas: familiarízate aun con sus más pequeños mo– dos. Raciocina con él, mas no le contradigas con terquedad. Haz que vea en ti sus mismos sentimientos. Procura consolarle en sus pesares. Regocí– jate en lo que le sea favorable. Si está triste y guarda silencio, procura con prudencia indagar la causa, pero no lo agites para que te la descubra. Dale consejos si se precipita, pero sin que esto sea cuando alguna pasión violen– ta lo domina. Sé exacta en tus obligaciones y mucho más cuando lo veas incomodado. No des motivo a que nada te se advierta. Huye de una voz que manda, porque se asemeja mucho a la que castiga. Evita toda fami– liaridad con tus esclavos; tratándolos sí, como seres de tu misma naturale– za. El orden de la sociedad exige ese método, con los siervos, el que si fal– ta, toda la casa se trastorna. Repele las visitas molestas e importunas, principalmente de jóvenes ociosos, que esparcen el vicio en las familias para recoger ellos el fruto, o dejarlo preparado a sus semejantes. Recházalas mucho más, si tu esposo no las admite con agrado. Procura no estar sola con persona de otro sexo, si puedes remediarlo sin escándalo o falta de política. Alterna con gen– tes virtuosas, y deja que las elija el que es dueño de tus acciones. Tus entretenimientos que sean los más naturales y sencillos. El cam– po donde nuestras aves dan las más tiernas lecciones de amor. El instru– mento que tan perfectamente tocas. Los libros para que te he inspirado el mejor gusto. No asistas a los toros te ruego. Un corazón sensible no puede familiarizarse con el derramamiento de sangre. Ver matar a un bru– to ¡qué indolencia! Ver expirar a un hombre ¡qué inhumanidad! ¿Nos admiramos de los gladiadores de Roma? Más horroroso es pelear un hom– bre con un bruto, que dos hombres entre sí. Mucho se ha escrito sobre el teatro. Mis cartas no son disertacio– nes, ni trato de probar mis conceptos. Una tragedia bien desempeñada es un recreo, que nos alivia en las indispensables molestias de nuestra estado. No seas continua en el coliseo. No te presentes con tales adornos y en tal puesto, que te equivoquen con las que representan. Las mujeres hermosas juegan desde el palco su pieza muy acomodada a los circunstantes. Modes– ta, acompañada de tu dueño, invitada por él, puedes gozar un placer, que yo no renuncian a si mi pena. . . Ya para mí no queda sino la tumba. De– sapareció toda la naturaleza. No: algo ha quedado: escombros, cráneos, seca arena, mares tempestuosos, agitación, deseos, martirios, un vacío in– menso que nada llena: la falta de mi amada. El lujo excesivo y las variadas modas son los enemigos declarados del honor y honestidad. Cuantos ejemplos tenemos de personas deshonra-

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