Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 17 das por esos monstruos. ¡Cuántos maridos arruinados por una débil con– descendencia a los caprichos de sus mujeres! ¡Cuántos infamados por que el público no ajusta la cuenta de sus rentas con el exceso de adorno de sus esposas! H an creído que las galas deciden del mérito de su sexo. Es una locura. Nunca me parecías mas hermosa, gue cuando acabada de saliT del lecho, te me asemejabas a la rosa rompiendo en la mañana su capuz. El sumo aseo que acostumbras, y un vest ido el más sencillo te harán adorada de tu esposo y la admiración de cuantos te vean. En ciertos días no se puede prescindir de las ropas de decoro. Lo apruebo, si corresponden a la calidad y caudales de la peTsona que los usa. Dirás que suj etarte a mis reglas es vivir en una coacción continua. Te equivocas. Una conciencia sin remordimientos, los deseos a nivel de la razón, producen una deliciosa tranquilidad que sólo es inferior a la vista d~ Dios. Aun cuando fuésemos materialistas debíamos ser virtuosos para evitar temores, comprometimientos, sed devoradora de incendios, la angus– tia de un alma envidiosa. Virtud, virtud, sin tí nadie será feliz, un vis– lumbre tuyo dirige mis cartas, me destroza y me conforta. Domingo, cuatro de la mañana. Conté todas las horas de la noche. Deseaba recuperar mis fuerzas con algunos momentos de sueño: no ha sido posible. He recorrido nuestra historia de dos años cuatro meses. Días felices en que me contemplaba su– perior a todos los monarcas de la tierra. Tu corazón era mi trono. En tu vista hallaba palacios, y jardines, pinturas y toda clase de belleza. El oro de tu pelo me hacía ver con indiferencia el que producen nuestras minas: las perlas de tus dientes, eran más estimadas que las que en nuestras islas busca con ansia el avariento europeo: no solicitaba el alabastro siendo de él compuesto tu cuerpo; la púrpura la hallaba en tus mejillas y tus labios, y los más delicados perfumes en tu aliento. Todo lo tenía teniéndote, hoy de todo carezco. Semejante al que navega y por naufragio queda solo en playas desconocidas, yo vuelvo en mí y me contemplo el más miserable de todos los mortales. Ahora reviven mis cuidados, ahora me acuerdo de mis calumniadores: ahora siento ver mis servicios postergados: ahora me acom– paña el peso de mis desgracias, porque me falta el bien que todo lo llena– ba. Me avergüenzo de mi debilidad. Cuando debía inspirarte sentimien– tos grandes, una resolución firme, una confianza racional en tu determina– ción, no hago sino desanimarte con mis quejas imprudentes, mis vacilacio– nes, y la negra perspectiva de mis padecimientos. Soy un loco: te quiero, la criatura más perfecta, deseara no ver en tí la señal del más pequeño de– fecto, y el ejemplo que te doy es de pusilanimidad y de bajeza. Contra– dicciones de la naturaleza humana bastantes sois para humillar nuestro na-

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