Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 19 ¡Qué responsabilidad la de aquellas almas indolentes, que 1mpnmen en la cera feas imágenes, que duran eternamente! No te propongo el plan de una educación posterior porque tu hijo lo será mío. Yo le enseñaré. . . No es de esta carta. Debo concluir. Amada mía: No acierto. No se que decirte. ¿Cómo prnnunciaré el último adios? Momento espantoso más que la muerte. ¡Ah! dividir un solo co– razón en dos partes. Me faltan las palabras. Josefa Luisa, Josefa Luisa, despréndete de la tierra: habita entre los serafines, perfecciona tus virtudes, no malogres tu índole bellísima. Ruega al Dios de piedad por tu amante. La natura– leza formó los primeros lazos, que la religión los perfeccione. ¡Ser supremo, perdona si te he ofendido con lo mismo que pensé agradarte! El hombre criminal y terreno es difícil que pUTifique perfectamente sus acciones. Te renuncio el único bien que poseo: perdona compasivo el modo tosco con que lo ejecuto. Espíritu purísimo de Manuela N arcisa que habitas el em– píreo, póstrate en este momento ante el trono de Dios y ofrécele los humil– des votos de tus padres. ¡Ay amada mía! yo la veo en medio de una nube de resplandor y gloria. ¿Pero qué? Yo me tUTbo, va a caer la pluma. Una destemplada voz me dice. Aortal sacrílego en breve descenderás al sepulcro. Espántate pues tus cartas doblan las cadenas que figuras rom– per. Suelta la oveja que detienes. ¿Qué he escrito? ¿qué he dicho? ¿qué he pensado? Josefa Luisa. Yo: el amor, la muerte. NOTA: Tuve la imprudencia de romper la comunicación de esta mujer ex– traordinaria en belleza. No me quedó sino la contestación a estas cartas en la tarde que pasó a la casa de ejercicios. BILLETE DE JOSEFA LUISA Mi amor no hubiera sido tan vehemente si no hubiera renunciado, el honor, la paz, las comodidades, y puedo decir que la religión misma. En mi casa, en el pueblo, y tal vez en el mundo pareceré desgraciada. No lo soy: la memoria de tu amor me recompensa de un modo ventajoso todos los bienes que he perdido. Te amaré eternamente y el poder amarte así es una de las causas que me conducen al templo. Deposito en mi alma tus consejos menos el de matrimonio. La mujer que no es común, sólo ama una vez. Me sujetaTé a la pobreza, al desprecio, a las vejaciones de una soltera que se envejece. ¿Qué será todo esto sino un continuado sacrificio a mi idolatrado amante? Si subiera a otro tálamo cometería un doble adul– terio. Contra el inocente esposo a quien había jurado fe verdadera, y con– tra tí, primero y único dueño mío. ¿Y podTía yo ser madre de hijo que

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