Los ideólogos: Cartas americanas

20 J\1ANUEL LORENZO DE VIDAURRE no fuése tuyo? ¡Ingrato meditas lo que hablas! Dejemos correr estos días ligeros. Anhelemos por la patria, y no dupliquemos los obstáculos a una dicha que. . . Dios no permita que sobre un cadáver se animen mis deseos. NOTA: Ha tenido matrimonios muy ventajosos: no los ha admitido des– pués de año y medio de no vernos. Me escribió al partir para Es– paña la carta que se hallará en el segundo volumen. SOBRE EL MATRIMONIO ENTRE HERMANOS Lunes. M'IJ/Y reverendo Padre y Amigo : Presumir que Dios crió al hombre y no le dio leyes, es un declarado ateísmo. No era posible que lo dejase en un ejercicio tan libre de sus de– seos. La humanidad hubiera durado muy poco, y tal vez no llegaría a la cuarta generación. Las madres se hubieran unido con sus hijos: los sexos entre sí mismos buscarían el placer, la sangre se derramaría por diversión: las mutuas asechanzas serían continuas. El decálogo es una regla general de todos los pueblos. Contemplo que el entendimiento humano pudo des– cubrirlo sin la voz del Sinaí. No soy por esto irreligioso: mi voto me pa– rece que hace más honor a la deidad. Exigir por el quebrantamiento de los preceptos sin darlos a conocer es el último grado del despotismo. Algún tirano dictó leyes oscuras, o las fijó tan altas, que fueron desconocidas, es– tos no eran reyes, eran demonios que constituían el deleite en atormentar a sus semejantes. Dios para castigarnos está por rigorosa justicia obligado a enseñar lo que debemos hacer. Su palabra se le ha de repetir al congo, y al parisense, al patagón y al romano. Seríamos inferiores a los brutos si pensásemos de otro modo. ¿No es el instinto un código jamás variado de las bestias? Ellas se dirigen por esas leyes dictadas para su conservación. Debe también el hombre tener– las para no perecer. ¿Y el que las dio a seres menos perfectos las negaría a la primera obra de la naturaleza? El materialista mismo conviene en el derecho natural. Observa en el globo un orden de música que no se altera. Ha de buscar en el hombre los resortes que lo conduzcan en sus movimien– tos. De aquí la conformidad casi general de los primeros dogmas naturales entre los pueblos civilizados, y aquellos que no conocen gobierno ni culto, ni tienen la más pequeña relación con las demás naciones. A las leyes dictadas por Dios han añadido otras innumerables los hombres, ya con respecto a la sociedad en el interés público y particular, ya

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