Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 21 por lo que mira a los ritos de la religión que domina. De estas leyes algu– nas son privativas de ciertos pueblos, otras se han hecho comunes en la ma– yor parte del globo. Pero será bien que el filósofo conozca el origen de todas ellas, para saber valoTizar el quebrantamiento, y que se distinga si el pecado ha sido contra Dios, o contra lo dispuesto por los legisladores hu– manos. De confundir mandatos tan distintos provienen errores innumera– bles. No estamos en aquellos siglos en que los jefes, para que se les respe– tase y obedeciese, unían la voz de la deidad a sus mandatos. Resultaba de este engaño que se tenían como sacrilegios las faltas sobre los actos pura– mente civiles. Hoy nadie ignora los preceptos del decálogo, en ellos las le– yes divinas; los de la iglesia con alteraciones notables que se perciben en la comparación de los siglos. Nos instruimos en las ordenanzas que tienen por objeto el bien en común, y aquellas que sólo interesan al que las pro– mulga con opresión de los débiles e indefensos. No es extraño este exordio cuando trato de preguntar a V. Paterni– dad reverenda ¿qué es lo que concibe sobre el matrimonio entre hermanos? Tal vez se me dirá que quiero copiar una de las cartas persianas. No es este m1 mtento. Cual es, se advertirá fácilmente según vaya haciendo mis reflexiones: me sujeto al dictamen de la iglesia, pero es muy difícil, que un hipocóndrico deje de pensar, y que renuncie a la libertad miserable de es– cribir a sus solas, sin escándalo ni perjuicio de las opiniones públicas que se hallan recibidas. Bajo de esas protestas diré a Vuestra Paternidad reverenda mi sen– tir: la prohibición del matrimonio entre hermanos nada tiene de divina, aunque es una de las más sabias leyes del derecho público adoptado por las naciones cultas. Todas las reglas que el CreadoT de la naturaleza nos tiene inspiradas se distinguen con la reflexión más corta, y nos hallamos tácitamente condu– cidos a su observancia y cumplimiento. No se nota esto en los enlaces en– tre personas de los dos sexos que tuvieron unos padres mismos. Si jamás se les hablare de la imposibilidad de su unión, procederían a ella sin escrú– pulo, sin remordimiento, sin la más pequeña repugnancia. Derramar la sangre de su semejante, aterroriza al que no ha oído hablar del homicidio. Apoderarse de la ave o de la fiera que otro caza con sus trampas o sus fle– chas, lo tiene por un acto de injusticia aquél que nunca entendió lo que es un código Engañar a un extraviado sobre la verdadera senda o el camino, choca al corazón del bárbaro más rudo. Pero si dos hermanos, se crían en una misma casa, duermen pequeños en el humilde lecho, salen mayorci– tos a perseguir el pájaro en su nido, y tocan en este amor y compañía el tiempo de la pubertad; cierto es que se encontraTán sus ojos y deseos, y atraídos por una ley natural en el encanto que se inspiran, serán esposos, y si conocen a Dios le pedirán que bendiga sus votos y promesas.

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