Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 455 reyes de Francia los primeros generales del pontífice. Napoleón e Iturbi– de se hacen consagraT. El Consejo de gobierno que representa al general ha nombrado cuatro obispos, entre ellos arzobispo; puede ser que Primado a don Carlos Pedemonte. El decreto es de esta misma fecha. ¡Quién lo creería! Ha leído V. el Plan del Perú, y en él los elogios repetidos que hago de este eclesiástico. Era mi gloria haber sido su condiscípulo, y poder de– cirle amigo. ¡El virtuoso Pedemonte cómplice del usurpador de su patria! ¡Aquél que ví en Madrid despreciaT las mitras y las gracias que podí:a conseguir de Fernando! Repetiré muchas veces: el hombTe jamás es conse– cuente con sus princ1p1os. ¡Quién sabe qué seré yo mañana! ¡Que arte de comprar los hombres! Veo en los puestos aquéllos por quienes hablé en otras ocasiones y sufrí fuertes y amargas repulsas. Larrea en el ministerio, de quien me había dicho que había jugado los caudales, y que se le debía formar una causa, ¿lo querría yo por fiscal en la Corte Suprema? Me ha– bía instruido Carrión de los conocimientos que había adquirido en el tiem– po de mi dilatada ausencia Ortiz Zevallos, fiscal de la Suprema y plenipo– tenc1ano. Siempre que me insinuaba sobre él, deseando colocarlo en mi tribunal, tocaba el grado de furor. Es un parricida, es un malvado; jamás será nada mientras yo gobierne. Tudela objeto de sus iras por la amistad de Riva Agüero: su colocación me la atribuye. Sin duda no es así: el usur– pador tiene un talento sublime, una penetración finísima, un tacto delicado para conocer los que le pueden servir. El ha hecho de modo que todos los sujetos útiles se apliquen a su lado, con dones, puestos, distinciones. El proyecto es el único, pero no seguro. Pueden muchos recibir, pero no dar. Pueden aceptar los empleos, y valerse de ellos mismos para combatir la ti– ranía. No puede persuadirme que personas tan distinguidas por sus luces Y méritos se hayan rendido todas y enteramente. También se me ha obse– quiado un coche, y se me paga el sueldo por entero. No por. eso se me ha comprado. Aún no es formada la máquina donde debe acuñarse la mone– da para comprarme a mí. Vidaurre bajará al sepulcro inmaculado. No puedo resistir mi agitación. Hice una visita al general Santa Cruz. No puedo persuadirme que este señor esté de buena fe con Bolívar. En este caso no sería buena fe, sería un dolo el más perfecto contra el suelo en que nació. Ese joven, militar de buen talento, ha de tener por necesi– dad honor y ambición. Imposible que quiera ser el primer esclavo, el que puede ser el primer ciudadano. Mi genio me dice que confíe en él. No sólo es el genio. Esta herencia que me dejó Sócrates me vale mucho, acom– pañándola con la observación. Si él no fuera con nosotros, ya me hubieran expatriado. El no haberlo hecho manifiesta, que no desaprueba unos tra– bajos que entre muchos ya no pueden ser secretos. No obstante, induje la conversación con una delicadeza excesiva. Empecé manifestando todos los defectos de la nueva Constitución que se quiere dar. Respondió enseñado perfectamente por Pando: cuasi eran unas mismas las palabras. Lo apuro.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx