Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 459 le era segura. Ya de esto he dado a V. parte en otra ocas10n. Lo repito para que se vea que las sendas de la injusticia siempre fueron las mismas entre los ambiciosos. Debilitar para que no haya Tesistencia. Así lo hizo Felipe II cuando la liga; la Rusia con la Polonia; y en nuestros días Napo– león en España. Triunfó Emique IV. España sacudió el yugo francés, puede ser que Polonia resucite. No me convengo con la desesperación. También al pueblo romano se arrojaban esas medallas coronadas, y la escala con que se subía al trono, también era para. bajar a la más infame muerte. ¡Qué mezquino antídoto se medirá en enfermedad tan grave! ¿Somos más débiles que los suizos respecto de la casa de Austria? Me irrito cuando se juzga que no podemos. ¿TTescientos mil hombres capaces de tomar las armas hincarán la rodilla a un extranjero? Mi barómetro será el día de la fiesta; guarde V. entre tanto mis interesantes secretos, y mande a su buen amigo y S. S, Q. S. M. B. Manuel Vidaurre. CARTA SOBRE LA PASION DEL AMOR: PRUDENCIA DEL ANCIANO Lima, noviembre. Mi amigo: ¡Qué espantosa idea nos debemos formar de los votos de los regulares! Se promete a Dios que no se amará, y que no se amará la cosa mas digna de amor. Dicen que este sacrificio es grato. Respeto las decisiones de la iglesia católica. No me opongo. ¿Es aceptable? Pues también es terrible. Que no graviten los cuerpos, que no sigan su curso natural las aguas, que las semillas se pudTan en el centro de la tierra y no fructifiquen: esto es transtornar la naturaleza. Aun es más, fijar los ojos en un objeto encantador, que el corazón palpite, que se inflame el deseo y no se pretenda la posesión. En medio de los cuidados más graves, rodeado por to– das partes de peligros, continuamente ocupados en negocios los más serios, recuerdo muchas veces un modelo de belleza, que el criadoT arrojó en este país; que se puede admirar, pero que no hay talento tan sublime, que a clasi– ficar se atreva sus perfecciones. Fontenelle hubiera sido incendiado, Felipe II perdería su fiereza, Enrique VIII no hubiera sido inconstante; y ¿quién sabe, si Pascal hubiera manchado su candor? ¿Quiere V. que tome el pin– cel y los colores, y forme su retrato? Si el Ser Supremo invirtió más de se– senta siglos en producirla, ¿cómo un débil moTtal podrá copiarla? Es más hermosa que Ninon-enclot a los quince años, y con más atractivos que la

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