Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 473 critores de todas las ciencias, y entra con facilidad en las lenguas vivas; es V. S. el ejemplo más clásico que se puede presentar. No concibo así con respecto a la lengua y literatura griega. Quería que ésta fuese un adorno después de concluidos los estudios, y un año antes de recibir las bandas los maestros. Me pareció que debían anteponerse los idiomas francés, inglés e italiano. Está V. S. penetrado de la necesidad que tenemos de aquellos jóvenes que se llaman en Europa de lenguas. Apenas habrán dos hoy, que puedan salir de secretarios a las naciones extranjeras, si han de llenar de– bidamente sus empleos. Aprenderlo todo a un mismo tiempo sería una confusión. Mi ánimo fue que se fijasen dos horas diarias para este objeto, siguiendo> el orden en que he colocado las naciones. El inglés se hace más llano después del francés; y con el latín francés, e inglés el italiano se po– see en quince días. En las horas de descanso había meditado que hubiese maestros de instrumentos. No es este un lujo, es un remedio preventivo de culpas y delitos. Un joven a quien no se le distrae con placeres hones– tos, piensa en otros groserns perniciosos. La música modifica las pasiones, suaviza los temperamentos duros, llena los intermedios del trabajo, consue– la en la tristeza, aumenta la alegría en los días prósperos. ¡Cuánto envi– diaba en Panamá a V. S. al oírlo tocar divinamente, mientras yo después de ocho horas de estudio no tenía otro descanso que el silencio en una ha– maca. Los lacedemonios no eran voluptuosos, y la música entre ellos era una ley. La lógica, filosofía moral, matemáticas, física general y particu– lar, como también la metafísica se enseñaron siempre por un solo maestro. Esto era lo que llamábamos un curso completo de artes. Se lograba que los preceptores tomasen más cariño a sus discípulos, arreglasen la enseñan– za a sus aptitudes; y ellos mismos tomasen grandes conocimientos al paso que iban enseñando. Según lo que hoy se determina muchas veces los ca– tedráticos no tendrían a quién enseñar. Todos los años se abría un cur– so, y el destinado a él lo continuaba hasta finalizar. Presentaba entonces sus pruebas en público en la Universidad. El catedrático sentía las prime– ras Y más vivas sensaciones de la gloria. Recogía el fruto de su trabajo, después del examen que hacían los viejos sabios, que lloraban de placer presenciando el adelantamiento de las ciencias, y recordando los floridos días de su juventud. Me había propuesto, que cuando los jóvenes habla– sen, leyesen y escribiesen con perlección los idiomas francés, inglés, e ita– liano: se les enseñase la historia con sus dos ojos, que son la geografía y ra cronología. Así sólo eran dos horas las distraídas de los estudios princi– pales. El método para mi concepto en cuanto a la jurisprudencia era tam– bién el de un solo maestro. Debía éste enseñar el derecho natural de gen– tes, público constitucional, patrio, canónico, y la economía política. Sabe V. S. muy bien que estas ciencias tienen un encadenamiento de principios de los que se deducen todas sus consecuencias. Del der cho natural o de– rechos del hombre nacen el derecho de gentes, el constitucional, y a él de-

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