Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 479 sueño con tantas ideas, y al fin de un día que vale por un siglo de compTo– misos ! Medite U. lo futuro, y mande a S. S. S. Q. S. M. B. Manuel Vidaurre. ARENGA PRONUNCIADA POR EL AUTOR EN EL PALACIO DEL SUPREMO GOBIERNO EL DIA EN QUE SE JURO LA CONSTITUCION DE BOLIVIA 9 de diciembre de 1826. El ángel protector sentado en las nubes veía de hilo en hilo la am– polleta de los tiempos: el decreto de Dios estaba expedido, él era irrevoca– ble. En Ayacucho iba a finalizar el gobierno de los españoles. Se acerca el momento, cuando los dos ejércitos se divisan: ¡qué momento! El ángel convoca la asistencia de muchos inmortales, que antes fueron opresores u oprimidos. El empíreo y los infiernos se abren a una misma hora. Ata– hualpa, Tupac Amaru, Antequera, el justo Ubalde, Fr. Bartolomé de las Casas, se descubrían entre millares de máTtÍres bienaventurados: sus blan– cas ropas, la serenidad de sus semblantes, la luz que los rodea, todo mani– festaba el regocijo, el placer, la gloria. Pizarro, Almagro, el inícuo clérigo Luque, Castelfuerte y Abascal, se acompañaban de asesinos y rapaces. También se les asocia el primer obispo Fr. Vicente de Valverde. Estos eran vestidos del crimen, y en sus frentes estaban esculpidos los vicios más enor– mes: el ceño de sus rostros patentiza la desesperación, la ira, los remordi– mientos. El ángel grita: ha llegado el día de las venganzas del Señor: tes– tigos vais a ser de la justicia del Omnipotente. El que dispuso de los per– sas y de los medos, el que entregó Roma a Teodorico y Atila, el que hizo coner los buques en la tierra para que concluyese el imperio griego; ese mis– mo determina que el nombre de Borbón desaparezca: restan breves instan– tes. - La victoria va a ser un nuevo pTemio de 105'! buenos, y un aumento de castigo para esa caterva de malvados. En la región inferior no se oían estos discursos. ¡Ah! que los mor– tales se engañan las más veces en sus juicios. Cuando se contemplan más seguTOs, es la víspera de la caida y de la muerte. ¡Infeliz imperio el que se sostiene por las bayonetas y la fuerza! Los derechos de gobernar una na– ción contra su voluntad jamás se sostuvieron largo tiempo, dice el filósofo poeta de la Francia. El orgulloso íbero recorre con la vista el campo: ri– cos uniformes, hTillantes y lucientes armas, caballos fuertes y corpulentos, numerosa artillería, parques con copiosos útiles; comparados con cuatro hombres medio desnudos, muchos de ellos sin fusiles, con débiles brutos

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