Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 491 que está la fuerza. Aquel en que usando de las palabras de Montesquieu, el Monarca o el Senado puede publicar leyes para ejecutaTlas tiránicamen– te. Si en una Constitución como la presente, en que el jefe del poder eje– cutivo es vitalicio, tiene la facultad de nombrar sucesor, y es inviolable, no se ponen unos obstáculos fuertes, unos muros elevados o unos fosos profun– dos, para que no se asalte la voluntad de los pueblos en la creación de sus representantes, ¿no será la consecuencia caeT si no ahora, a lo menos con el tiempo, en el espantoso despotismo? Muchos de los artículos de esta Constitución se han recibido, por– que el bien general y el temor de una anarquía obligan al amante de su patria a sacrificios involuntarios. ¿Pero con qué esperanza se han recibi– do? Con la de creeT que se reformarán pasado el plazo de cuatro años, único en que es forzoso el silencio. ¿Y continuará esta esperanza? No, no: ella enteramente ha de ser desvanecida, contemplando que esas par– tículas de electores se pueden arrastrar por el torrente del poder ejecutivo con más facilidad que la débil cesta que cae en el caudaloso Apurímac. En verdad la posibilidad de la coacción hoy es mas evidente. Todos los jefes de las capitales de provincias son hechuras del poder ejecutivo. ¿Y esta– rán éstos callados en sus casas mientras se practican las elecciones? Qué imbécil será quien lo crea. ¿Y una vez adquirido el cuerpo electoral no se tendrá para siempre? No son estos rasgos de imaginación, ni efectos del genio: véase el resultado de los colegios electorales de Francia: véase la prepotencia del rey de Inglaterra en las elecciones; y véanse otros ejemplos más cercanos y más funestos. Temo más un poder ejecutivo, que secretamente puede dis– poner del legislativo, que un monarca absoluto, que de un modo descubier– to los reune todos tres en sí. Los señores que componen el actual Consejo de Gobierno aman en exceso su patria, y no menospreciaTán mis ideas. El mismo presidente vi– talicio debe ponerse de mi parte. El sabe muy bien, que cuanto se aumen– ta en poder se pierde en seguridad. Mi confianza en el Supremo Gobierno nace de la nota del ilustre secretaTio. Esta indica no hallarse satisfecho de su misma obra. Nada es– timará tanto como que le presentemos las dificultades políticas de su eje– cución. Los enemigos de nuestro sistema, ¿qué armas no hallarían para ponernos en ridículo, viendo un colegio eligiendo un Tribuno, otro un Se– nador, un tercero, un Censor? ¿Qué clase de representación nacional es ésta, dirían? ¿D6nde se ha tomado el modelo? ¿En qué consisten sus garantías? No hay máxima más evidente, que las fuerzas dispersas, sea cual fuese su naturaleza, siempre son débiles. Estos pequeños colegios ElectoTales, es tan llano subyugarlos con los grandes móviles del temor, y Ja esperanza, como difícil si se reunen todos los de un departamento. En– tonces si se sostienen entre sí, también los sostienen todos los que los han

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