Los ideólogos: Cartas americanas

494 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE fuerza centrífuga terrible: un punto de honor. BolívaT había confiado en él, y no permitía su delicadeza; echar en tierra el edificio que dejó forma– do. Entramos en quejas personales. Se admiró en extremo cuando le dije lo que aquel día había hablado contra mí en la mesa. Yo tenía personas adictas en los lugares más sagrados. Considere U. qué satisfactorio me hubiera sido, que el Perú recupe– rase su libertad sin auxilio extranjero: no fue así. La tropa de Colombia, que oía con horror que el general Bolívar quería trastornar la Carta políti– ca de su patria, medita una conspiración. Desde sus principios tuve no– ticia de ella. Me la reveló el Dr. D. Manuel Chávez. El resultado es, me dijo: que U. tendrá que ponerse a la cabeza de la República. No será, le contesté. El Perú, sea cual fuese su suerte, necesita un hombre de armas, no un pacífico letrado. D. Ramón de Arrieta me habló con muchísima menos precaución. Me contemplé desde entonces un hombre enteramente perdido. Recordé el cap. 69 del libro 39 de Maquiavelo sobre Tito Livio: los incidentes que hacen se malogren estas empresas. No lo sentía por mi vida: sí porque se prolongaba la salvación de la Patria. Me parecía impo– sible que tuviese efecto una conspiración tramada tan sin reserva: el se– creto es el más necesario y el más difícil. Se hablaba de ella, como podía hacerse de los preparativos de una armada, por un gobierno constituido. Los representantes del general Simón formaron una sumaria contra varios oficiales de los más comprometidos. Felizmente el hecho se hizo increíble al general Lara. Presumió que era una intriga, para separar de su división los mejores oficiales. Promueve con el mayor ardor una competencia, por haberse mezclado los jefes del Perú en conocer de negocios que pertenecían a sus tropas. Paralizó esto las disposiciones preventivas que se habían to– mado, y el 26 de enero se oyó el estallido. Los generales y principales jefes colombianos fueron presos, y los autores del movimiento declararon, que de ningún modo consentirían que se trastornase la Carta que tenían jurada. Se formaron en la plaza mayor, y oficiaron al general Santa Cruz, como a Presidente del Consejo de Gobierno, protestándole que aquel hecho no te– nía relación ninguna con los asuntos políticos de la República Peruana. Vine por la primera vez a conocer al comandante Bustamante, que se había puesto a la cabeza de las tropas, y a sus compañeros de armas. Estuvieron en mi casa, y me ofrecieron del modo mas sincero, que ni se– rían contrarios a nuestra libertad, ni la protegerían directamente. Esto era bastante. Escribí al general Santa Cruz que se hallaba de paseo en el Chorrillo, que se viniese a la ciudad. Dicté también el oficio en que se le llamaba. Tres veces hice en aquel día al señor Ayala que pasase a ha– blar con el general. Ese señor y el señor Piedrahita fueron inseparables de mi casa: eran mis edecanes. En la noche cenó conmigo la principal ofi– cialidad. En este acto entró Pando. Me retiré con él a la sala principal de recibir, y le dije: que todo era compuesto, que no había quei temer.,

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx