Los ideólogos: Cartas americanas

496 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE Recapacité un solo instante: volví los ojos al centro de mi casa y representándome mi mujer, mis hijos y mis nietos, exclamé - es preciso: o sereís libres, o yo moriré. Tomé un balancín y partí para el Chorrillo. Previne antes al señor Mariátegui, que el Cabildo de ningún modo se disol– viese hasta mi vuelta. El paso era sumamente arriesgado, pero no había otro. Estaban en el Chorrillo Teunidos los dos ministros Larrea y Heres, Bustamante, los generales peruanos y mucha oficialidad. Los caballos en– sillados: no era sin duda para venir a Lima. Fue el designio pasar a Jau– ja, juntar las fuerzas y bajar a la capital. Con prenderme en ese momen– to, llevarme consigo, o pasaTme por las armas, todo era acabado. Yo ha– bía ido sin un solo compañero; pero el Señor me dio una elocuencia sensi– ble, que no me es continua. Me abracé de Santa Cruz, le hice conocer que su patria no quería otra cosa, que gobernase por leyes que diesen sus repre– sentantes: que ponía en él su confianza, que sería obedecido; que entraría la República en perfecta tranquilidad - ello es que mi empresa logró su efecto. Seguro en su palabra de honor regresé a Lima. En el camino en– contré a los diputados de la municipalidad, de la Corte Superior y Supre– ma, que iban a rngarle que se restituyese a la capital. ¿Quién podrá ne– gar el mérito de Santa Cruz? Si él hubiera querido seguir los planes del general Simón le sobraban recursos. Lo que se estaba practicando era de su agrado. Un puntillo de honor, según he escrito antes, únicamente lo ha– bía detenido. Al entrar en la ciudad, Pando y Egúsquiza se dirigían al Chorrillo con la mayor precipitación. Me pareció que habían salido del sepulcro. Me vieron de un modo entre feroz y tímido. Al llegar tuve noticia de un lance sumamente grave, que ocurrió en el pequeño tiempo de mi ausencia. Egúsquiza se había presentado en el cabildo; lo había insultado y también al pueblo. Dijo que aquella era una insurrección, y oTdenó que se disolvie– se: él no fue obedecido, pero tampoco castigado. Pando había hecho noche en la ciudad: esto en mi concepto influyó mucho en nuestro favor. No podemos alcanzar cuánto hubiera avanzado con su elocuencia en el ánimo de sus colegas. Su espíritu es fino y fuerte: sostiene una opinión con tenacidad. A su discernimiento no podía ocul– tarse, que si caía el sistema a cuyo frente se hallaba, era cuasi imposible elevarse de nuevo. Es constante que el pueblo pasa con rapidez del amor al odio, y del odio al amor; pero hay ciertas ofensas que nunca se perdo– nan. Aunque por acaso se consiga la gracia con el tiempo y los servicios, el intermedio es pesado y aflictivo. En Limatambo se encontraron el general Santa Cruz y Pando. Tra– bajó éste, porque se restituyese al Chorrillo, pero no pudo conseguirlo. Santa Cruz había oído a las diputaciones, y venía acompañado de los ge- nerales.

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