Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS -!97 En el momento que llegué a la ciudad hablé al pueblo en cabildo. Tendré en la memoria los aplausos y los vivas: no para necio engrandeci– miento; ellos se trocarán mañana en ofensas: sí por un consuelo interior, de haber servido fiel a mi patria en el lance más apurado - Ofrecí que se convocaría inmediatamente un Congreso legítimo: que la Constitución Bo– liviana no sería nuestro código: que el pueblo peruano no reconocería por jefe un extranjero. Nada de esto satisfacía. Gritaban que debía variar enteramente el ministerio, que no debía haber sino un solo ministro, y que ese debía serlo yo. Formé la defensa más completa de Pando y de Larrea, principalmente del primero. Manifesté cuales habían sido sus sentimien– tos en Panamá; lo difícil que era hallaTSe un hombre de sus aptitudes pa– ra el ministerio de lo exterior; las razones que pudo tener para unirse con el general Bolívar. Hablé de modo, que se aquietó por entonces el con– curso, repitiéndose los vivas. El señor Mariátegui había hecho una diligencia utilísima. Un nú– mero inmenso de personas se había acercado por su disposición a la porta– da para recibir al general Santa Cruz en una especie de triunfo. Resona– ron las campanas con un repique general en nuestras innumerables torres: la artillería hizo un saludo completo, las gentes que ocupaban las galerías del cabildo tremolaban los pañuelos: la alegría más completa se hacía sen– sible en los semblantes y las voces. Se le acompañó hasta el palacio, don– de le arengaron las corporaciones - Contestó con la firme protesta, que estaría entre nosotros, si se mantenía el orden. En la noche se reunió el cabildo y el pueblo. Las pretensiones ya fueron extravagantes, como sucede en semejantes casos. Amenacé que los abandonaríamos. Querían algunos romper el retrato de Bolívar. Hablé de él como de un héroe que nos había dado la libertad. Hice ver, que de– bíamos defender nuestros derechos, sin mancharnos con la infamia de una ingratitud: en fin se extendió la acta cuya copia remito. Mi casa, no obstante de ser la mayor de la capital, ha estado llena de patriotas. A todos abrazo y beso; a muchos mojo con mis lágrimas: es– toy en los últimos momentos de mi vida política. Veo que desde los rinco– nes sacan sus feroces cabezas la envidia y la venganza. Mi ojo perspicaz las distingue. Abro mi pecho y lo ofrezco. Que hieran y destrocen, nada ya me importa. Mi patria es libre, estoy pronto al ostracismo. o la cicuta. Moriré como Foción, no como Alcibíades. No faltará una mano piadosa que escriba los nombres de las muy pocas peTSonas que han tenido parte en esta empresa más gloriosa, que la batalla de Ayacucho. Allí vencimos a los españoles, quedando esclavos de Bolívar. Hoy somos enteramente li– bres, y me suscribo lleno del más noble orgullo ante un republicano por principios a quien ama y su mano besa. Manuel Vidaurre.

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