Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 499 y que éste decida sobre la Constitución que deba regirnos, ampliando, modi– ficando. y fundando con arreglo a la voluntad e instrucciones de los pue– hlos. Así también con el poder bastante para nombrar Presidente y Vice– presidente de la República; por cuanto en esto no se injuria a S. E. el Li– bertador, que habiendo manifestado ser inseparable de la República de Co– lombia, y admitido su presidencia, como consta de los papeles públicos. no puede ejeTcer el mismo cargo en esta del Perú. En este mismo día entró en esta Sala Capitular el señor don Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada presidente de la Corte Suprema de Justicia de la República, y expuso que tenía comisión de S. E. el Presidente gran mariscal don Andrés Santa Cruz, expresada delante del señor don José MaTÍa Pando secretario de Estado; Y con anuencia de éste para imponer a la municipalidad, que desde este propio día queda restituida al ejercicio de todas las atribuciones que le concede la Constitución peruana mandada jurar: en fe de lo cual se pres– tó a firmar esta acta, de que certifico. Manuel de Vidaurn.- Manuel de Salazar y Vicuña.- Pascual Antonio de Gárate.- ]ua.n Gualberto Menacko.- ]osé Durán.- Isidro de la Perla.- Martín IV!agán.- Ber– nardo Herrera.- Cosme Agustín Pitot.- Mariano Manjarres.- Hipóli– to Domínguez.- Ignacio Gavera y Salazar.- José Espino.- Antonio Rodríguez.- fosé Antonio Cabían, Secretario. NO'tA: Esta acta fue dictada por mi. CARTA AL GENERAL SANTANDER DANDO CUENTA DE LO ACAECIDO Lima, enero 29 de 1827. Excmo. Señor General Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la República de Colombia. Amado señor y amigo mío. En vano la ambición hace hoy esfuer– zos contra la voluntad general de las Américas. Todo el mundo de Colón ha emitido un voto. El americano quiere ser libre e independiente, y con– cibe que no lo será, si se aviene con reyes o emperadores, u otros jefes que bajo de cualquiera título les igualen. El favorecido de la fortuna, el hijo primogénito de la gloria, Bolívar, había llegado a un punto t'an elevado en el templo de la fama, que Washington y Tell tuvieron que cederle el puesto. El era más grande que los anteriores héroes inmortales. Su gloria se trans– mitía a todas las AméTicas, y desde los primeros hombres hasta los más miserables montubios se dignificaban participando de su mérito. Se le hizo

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