Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 501 te en la asamblea, de temor de que si caía en los señores Gual y Briceño pudieran adquirir influjo en las deliberaciones. El escrúpulo era pequeño, pero manifiesta hasta que punto era la circunspección con que procedían en la crisis más espantosa de la América. Me esperaban a mí los más grandes comprometimientos. Toco en Guayaquil, y debía verme por precisión con S. E. Un amigo de su com– parsa me descubre, que se me quería impedir mi restitución al Perú. To.. dos los patriotas de Guayaquil lo temían. ¡Ah, cuánto me valió ese avi– so! Manifesté algunos de los defectos de la Constitución que quería fue– se universal; pero al 111-ismo tie-mpo me expresaba adicto a sus deseos. ¡Maquiavelo, Maquiavelo! cuando no hubieses enseñado otra doctrina que la de saber usar de las calidades de León, y la Zorra con oportunid~d, de. herías ser tenido por el primer político de los tiempos. El secretario Pére:z se me descubre: él me dice: los intereses de U. deben ser inseparables de los del Libertador. Crea U. que don Simón volverá al PeTÚ, o a mandar por el voto de los pueblos, o a conquistarlos. Cuasi, cuasi pierdo mi es– tudiada serenidad. Disimulo, y disimulo tanto que el Libertador es el más empeñado en que me restituya a Lima. Desde Paita voy examinando, que la fuerza, la seducción, las prome– sas eran las que todo lo habían hecho. La disolución del cuerpo legislati– vo, la expatriación del incompaTable Luna, la de todos los generales y ofi– cialidad de Buenos Aires y Chile, la introducción de espías en las mesas y lugares más secretos de las casas, los golpes de espanto para aterrorizar un pueblo en extremo dócil, la colocación de los facciosos en muchos importan– tes destinos; sobre todo, la guarnición que se dejaba como en un pueblo conquistado, teniendo que mantener a los mismos que los capturaban. Nada de esto me amendrenta; en el instante que llego a Lima a esparcir mis ideas liberales. Las divulgo de modo, que al tercero día ya escribe a S. E. Don Tomás Heres, diciéndole: que es necesario separarme del Perú de cualquier modo. De su mismo bufete tengo la noticia, y a las dos horas se me había comunicado por tres diversos individuos. Empero los lances se aumentaban por momentos. Se me habla parn que la Corte Suprema dé su dictámen sobre la despreciable papelada que se llamaba voluntad del pueblo. No formo el panegírico de esas ac– tas, porque V. E. las ha de tener a la vista. Sí diré; que en esta capital los electores estuvieron rodeados de guardias, y a la puerta de la sala un satélite llamado Freyría que insultaba a los pocos que manifestaron algu– nas objeciones. Si esto fue en Lima, en los demás departamentos las ins– tigaciones eran descaradas. Tengo en este ministerio datos de ello muy graves y circunstanciados. Lo sé, lo sé. Una violencia atroz y horrenda. i Pueblos, hasta cuándo seréis tímidos! ¡Qué pensáis, que es la muerte! Me opongo a una publicación inmatura e ilegal; ruego que se convoque un Congreso que examine ambas Constituciones. Todos mis compañeros en

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