Los ideólogos: Cartas americanas

510 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE CARTA SOBRE LOS PAPELES ESCRITOS CONTRA MI Abril 8. Amado Sr. mío: he contestado a los papeles de Infante y Sucre, y al del intendente Mosquera en tono de colegio. Habrá U. leído los míos, y por cierto que no son dignos de alabanza. Estos señores se proponen dos cosas. Es la primera justificar la conducta del general Simón. Es la segunda introducir la discordia y partidos en el Perú. Absolutamente im– posible lo primero, temo lo segundo. Están acostumbrados al ejercicio de esta arma, y con suceso. Es el modo como llegó a dominar Bolívar: si no se hubiera turbado el gobierno de la primera junta; si no hubiera habido anaTquía, el Perú sin necesidad de aliados hubiera sido libre. Hoy lo es, Y se pretende sembrar la división, para que produzca el deseado fruto de una usurpación nueva. Admira, que conociendo que ésta fue siempre la polí– tica de los tiranos, no se desprecien historietas, calumnias, chismes. El mal consiste, en que muchos hallan provecho en la mentira. Les tiene cuen– ta, que pierda la gracia del pueblo el benemérito, porque aspiran a las pla– zas. Pero ¿cómo se justificará la conducta de Bolívar y del Consejo de gobierno? Es imposible. Los papeles de Sucre y el manifiesto de Pando están acordes en un mismo medio de defensa. Se dice que cuatro mil hom– bres diseminados en el vasto imperio del Perú, no podían esclavizar la Re– pública. El argumento es en extremo despreciable. Si cuatro mil hom– bres se van repartiendo en las_ciudades, villas, pueblos, aldeas, es muy fácil asesinarlos en una hora. Pero si cuatro mil guarnecen puntos interesantes, y son sostenidos por el Gobierno, ellos son suficientes para sujetaT dos mi– llones. Era menor la proporción que había en Francia, cuando los nuevos guerreros dieron la ley al clero, a la nobleza, al comercio, al trono. ¿Cuá– les eTan las tropas en la época en que Roma dominó el mundo? Con 4 macedonios Alejandro subyugó reinos de tanta población, que podían po– ner diez mil hombres contra cada uno de los soldados invasores. Se unen muchos a los tiranos por interés, y de ese modo se aumenta prodigiosa– mente el número. El general Simón había sorprendido la mayoría del an– teTior Congreso. Todos los Gobiernos se confiaron a personas de su ente– ra confianza. Los magistrados eran sus criaturas. ¿Son estos cuatro mil colombianos? Es una fuerza que hubiera sido irresistible, si prefectos, in– tendentes, gobernadores y ministros de justicia, no hubieran despertado de que oyeron el grito de la capital: se acordaron entonces, que antes fueron peruanos que amigos de Bolívar; que no era infamia ni ingratitud, dejar las banderas de un usurpador para auxiliar la patria.

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