Los ideólogos: Cartas americanas

26 :rviANUEL LORENZO DE VrDAURRE ¿Para las cosas temporales? De ningún modo. Mezclarse en ellas es un declarado abuso. Para las que tienen estrecha relación con el bien espiri– tual. Cualquiera que reflexione, advertirá que si desde la más tierna in– fancia los hermanos no conociesen que les era imposible ser esposos de sus hermanas, la misma familiaridad daría mérito a las mas torpes liviandades. Tendrían placeres aun antes de ser púberes. Rara vez esperarían el ma– trimonio. La malicia por lo regular se anticipa a la razón. Siempre las pasiones, antes que eHa se desenrolle y perfeccione. Enseñados a un amor puro para sus hermanas: viendo con, horror el acercarse a ellas, contemplando que jamás pueden ser esposo8, se evitan esas innumerables culpas. ¿Debería desentenderse de ellas la iglesia? Esta madre piadosa evita el mal antes que se realice. Forma sus impedimentos, y los afloja conforme conoce que son más remotos los peligros. Esta es la diferencia entre aquellos enteramente prohibidos, y los que se reserva dis– pensar con conocimiento de causa. Cuanto daría por que hablara usted de un modo menos común sobre las increpaciones contra Roma. Desea a usted perfecto en todo su capellán y amigo que su mano besa. SOBRE LA MUERTE Noche del Viernes trece de Abril. Ya el aceite queda más consumido: la lámpara anuncia que se va a extinguir. ¡Mortales ciegos, cuáles son los efectos de vuestros desvelos y trabajos! Unos cortos momentos, unas cuantas arenas en los límites exten– didos de los mares. Escribo: figuro una letra, pongo una coma; ya tengo ese tiempo menos de vida. Descansa el postillón para tomar aliento: el ca– ballo veloz se fatiga; no así las horas: ellas continuamente se suceden, y no dejan rastro de lo que fue. Nada hay hoy de lo que fue ayer, y nada habrá mañana de hoy: llegará el fin. ¿Cuándo será? Puede ser que esté tan cerca que no concluya esta carta. Proyectos de grandeza: imaginaciones halagüeñas sobre la futura suerte de los nietos. ¿Qué veré de todo lo que preparo? Una mano invisible está escribiendo en este instante el decreto en las paredes de mi cámara: el verdadero profeta que es mi razón me dice, que voy a monr, que no viviré. Fundadores de Roma; soberanos de Egipto; señores de la Persia, ¡qué cortos minutos fueron los que gozasteis de vuestro imperio, de vuestra glo– ria, de vuestras conquistas! ¿Quién sabe vuestros nombres, quiénes los re– piten? Nace la flor, y se marchita: caen las hojas, nada queda de su primi– tiva hermosura. ¿Qué se han hecho los jardines pendientes? ¿Qué es del Coloso? Son muchos los que hacen memoria del primer Ptolomeo y de

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