Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 517 se celebraron con exceso. Venus podría asistir al dessert. Era un jardín donde tremolaban nuestros pabellones. Era un jardín superior a las Tu– llerías, Aranjuez y Versalles. La imaginación es el mejor repostero. Vinos deliciosos de la Europa aumentaban la alegría. Los brindis eran alegóri– cos a la libertad de la patria, al odio a los tiranos y a la tiranía. Santa Cruz me quebró dos copas: yo le dejara quebrar mis huesos por oírlo de nuevo: Santa Cruz es un peruano. Mariátegui me parecía la materia eléc– trica que había reventado del centro de la tierra: este niño será sin duda un Vidaurre. ¿Qué era mas armonioso? ¿El hombre o el instrumento? ¿La voz o el arte? Los cielos se abrieron, y dejaron los inmortales la gloria eterna para gozar por un momento el placer de los vivos. Me detengo: logre Buenos Aires materia suficiente para criticar mi estilo. La fiesta se repitió el domingo 6 en el campo donde se hallaba mi esposa. He extrañado únicamente, que cuantas veces he promovido algu– na conversación sobre jefe de la República, Luna me la corta. Es más de admirar, habiendo viajado cuatro leguas de ida y vuelta solos en un carrua– jc. Infinitos políticos anuncian, que nuestra amistad no será duradera. Apenas me lo puedo persuadir. Ambos no tenemos otro objeto que la li– bertad y felicidad del Perú. Esta es nuestra fuerte pasión. El no tiene aspiraciones, menos las tengo yo. ¿Cuál será la manzana de la discordia? Fue diputado por mí de Lima, en el mom·ento que el Sr. Mariátegui me hizo creer que no lo elegían en Arequipa. Su sobrino está casado con mi hija, y las hermanas de aquel se hallan en mi casa. Ocurren tantos motivos de unión, que debo convencerme, que esta es una intriga para dividir perso– nas, que no separándose, deben trabajar conformes en el bien de la Patria. Recuerdo, que las enemistades en las Repúblicas fueron siempre más fuertes que en las monarquías. Grecia, Roma, Venecia, Holanda, Génova presentan mil y mil ejemplares: pero también hallo, que siempre fue la cau– sa el querer dominar. Pasaron mis años que no volverán, y en ellos fue mi mote: nada quiero, nada pretendo. Constitúyase el Perú.• sepa gozar de su independencia: yo sé, que el premio que me espera es el desprecio, el insulto, el olvido. Tendrán que arrepentirse los que trabajaron por elevar– se. Yo dejé los primeros empleos en el gobierno español para unirme a mis compatriotas: el último instante de mi vida obscurecido, pobre, calum.. niado, será aquel en que concluyan mis servicios, si la Patria los exigiese. No he tenido el honor de comunicar al Sr. Luna, si no es por unas pocas cartas. Sé que ama la libertad, que ama nuestra independencia, que ama el Perú; que tiene talento, experiencia, buena moral; le cederé gustoso el paso siempre que lo solicite. En lugar de puestos tendré libros; en lugar de aduladores, amigos fieles; en lugar de un palacio, el retiro don– de medito en la verdad y la justicia. Esto es abrir el pecho a un amigo que ama a V. y S. M. B. Manuel Vidaurre.

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