Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICl\NAS 519 noc1m1ento a un héroe a quien se le debía la libertad. Se le ofreció el man– do con preferencia a los hijos del país. Confesarlo más digno, era una espe– cie de sacrificio poco común, y que apenas peTmite el amor propio nacional. No se le ponía otra condición, que el respeto a las leyes políticas y civiles. Los derechos naturales son imprescriptibles, no pueden cederse ni enajenar– se: se le daba todo lo que podía dársele. Pensó, o se le hizo creer, que era una ofensa señalar límites a su au– toridad; que le correspondía el poder legislativo: que en el Perú debía ser absoluto, porque lo había reconquistado; es.to es, que era su patrimonio ,y podía disponer de él a su arbitrio. Se olvidó que en Pichincha dio nuestro ejéTcito libertad a Colombia: que los intereses de la América contra la Es– paña son unos mismos en cualquier punto que se disputen: que nunca se dirá con propiedad, que se defiende a Méjico, Guatemala, Buenos Aires, Chile, Colombia y Perú; sino al mundo de Colón. Se desentendía también de confesar, que las acciones se dieron con tropas reunidas; que si Sucre fue un Euribíades, La Mar fue un Temístocles, y tuvo mayor parte en la vic– toTia. Pero ¿qué derecho es éste de reconquista, y quien lo defiende? Esta materia no debería ser tocada, si la imprudencia de los p~réiales de Bolívar no la hubiesen públicamente alegado. En los siglos de las luces se sabe muy bien, que nadie puede conquistar, nadie puede reconquistar. Si un pueblo está esclavizado y otro toma las armas en su defensa, debe ser pa– ra libertarlo, no para esclavizarlo de nuevo. Si así no fuese, el segundo sería un invasor, no un defensor; sería tan injusto, tan tirano como el pri– mero. Están las naciones entre sí en el estado de la naturaleza. El hom– bre que viese a un fuerte encadenando a un débil, estaba obligado a auxi– liar o, para que gozase el don de la libertad que le conce.dió el Criador, no para ponerle otros grillos y hacerse dueño de su persona. ¿Qué deTecho de gentes es el que se inventa, para nosotros enteramente desconocido? ¿Son éstos Jos principios que han de establecerse en los pueblos americanos? El fundamento no sólo es horroroso, sino falso. El Perú tenía depar– tamentos no dominados por los españoles. Sostenía la guerra con su ejér– cito, Y pagaba con sus caudales los sueldos de los aliados. Jamás estos se mantuvieron a su costa. Fueron en todas ocasiones preferidos a los natu– rales. Se les dieron por separado pTemios excesivos. Las gratificaciones de los principales jefes les establecían una fortuna ventajosa, con que po– dían sostenerse en lo posterjor sin el riesgo de las armas. Eran amigos, eran hermanos; pero la necesidad los colocaba en la clase de tropas merce– narias. Este nombre tienen los que sirven recibiendo un sueldo extranje– ro. Entraron bravos, pero desnudos; salieron gloriosos y llenos de bienes. El ejército colombiano con los caudales del Perú se hallaba en el punto de un verdadero lujo. Ambos pueblos tienen que agradecerse mutuamente.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx