Los ideólogos: Cartas americanas

520 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE ¡Qué sensible es que sucesos que no debían esperarse obliguen de un modo ;mperioso a proferir estas cláusulas! Si se trata de atacar nuestra independencia, la Laconia encontrará a Thebas y en ella a Pelópidas y Epaminondas. Se reunirán trescientos mil hombres en defensa de sus naturales derechos. Nadie será sordo a una agresión tan audaz; el tierno niño, el débil anciano, pedirán su puesto. Las delicadas peruanas excederán a las cartaginesas, y con más glorioso resul– tado. Será nuestro mote: muerte y venganza. No contentos con la repul– sa seguirán nuestros ejércitos hasta debilitar a unos enemigos injustos, de modo que no les sea posible en lo posterior turbar nuestra tranquilidad, ni romper la paz por que anhelamos. Pero ¿qué causa se alegará para la guerra? Están vigentes los tra– tados de alianza, y ratificados en la grande asamblea de Panamá. Era un insulto a todas las naciones americanas. Un rompimiento no pueden ser justo sino en el caso de un derecho perfecto demandado y no concedido. ¿Cuál es el derecho que alegaTá Colombia contra nuestra libertad? Dirá como Lacedemonia, ¿ha de ser la Beocia independiente? Responderán las repúblicas hermanas: ¿Ha de ser Lacedemonia independiente? ¿lo ha de ser Colombia? Está el Perú muy distante de persuadirse que ésta sea la política de una República fundada sobre los mejores principios, y que se ha aplaudido de ocupar la vanguardia entre los gobiernos recientemente cons– tituidos. En su Congreso, en su Senado preside la sabiduría. Sus solda– dos son los garantes de la libertad general e individual. La protesta que hizo en la plaza de Lima, la división auxiliadora, se repetirá por todos los militares que no quieran degradarse hasta la clase de esclavos de un hom– bre solo. ¿Se quitarán los laureles de las cabezas para tomar en sus manos cadenas que después estarán en sus pies? Esto sería brincar de la gloria a la infamia. ¿Ha sido agravio romper una Constitución que el crimen y la fuer– za hicieron jurar, sin que la voluntad libre tuviese la más pequeña parte? Esta razón será risible a los políticos, chocante a los menos ilustrados. Cuando en Europa se lea el invento de una representación nacional sin el voto del pueblo, no admirnrán el talento del autor, sí la audacia. Bien dijo el general Santander: que siempre concibió que sobre arena se había elevado el edificio. Se quiere ver si habrá pluma tan venal, que se pros– tituya en favor de tan mala causa. Sólo los cómplices escribirán por ex– cusarse de tan grave delito. Pero el PeTÚ quiere suponer, que se recibió la Carta sin coacción. ¿Esto impedía, que la República en masa la revocase en el momento de convencerse que sus libertades no están bien garantizadas? Aun cuando se hubiese señalado plazo ¿obligaría éste de un modo tan riguroso que el entendimiento y la voluntad nacional quedasen esclavizados por todo ese tiempo? Una fracción no podía solicitar la reforma. Esto es cierto: Tam-

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