Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 27 Cambises. ¿Y sus cenizas? ¿y sus huesos? ¿y sus cráneos? No fueron ne– cesarios espíritus fuertes para destruir tan miseTahles reliquias. El atolon– drado francés consume con el arte el cadáver del glorioso rey a quien ase– sina. ¡Ignorantes! El débil mortal desaparece poT sí solo: el perpetuar– se le sería difícil: el aniquilamiento viene unido a su efímera naturaleza. Antioco mUTiendo hace votos, Antonio Pío los hace en vida: un mu– sulmán publica con un signo entre sus esclavos el fin de su grandeza. El sa– bio ve cada vez que respira sobre sí, la invisible mano poderosa que repen– tinamente puede precipitaTlo. El necio espera que se le sorprenda para acordarse que es mortal. ¿Qué concepto será el justo sobre esta ley nunca interrumpida? ¿Cómo pensaremos cuando en nuestros cuerpos mismos tenemos los signos evidentes de nuestra mortalidad? ¿Dónde están mis dientes? ¿Dónde aquella tez brillante que resplandecía como la rosa al romper su capuz? ¿Dónde está aquel fuego de mis ojos que era una red con que atraía a la mujer más orgullosa y más casta? ¿Dónde aquella ro– bustez que me hacía superior a las enfermedades y dolencias? Y a. casi to– do ha desaparecido, ya poco resta, y estas tristes reliquias se van consumien– do como el grano que queda en la campiña a disposición de los pájaros. Estoy en corta distancia del sepulcro: la losa se halla levantada, y una fuer– za irresistible me conduce con impulso a su concavidad. · Sí: esta mano quedará sin movimiento, este corazón dejará de pal– pitar, mis ojos se cerraTán para siempre; no oiré ni las alabanzas ni las in– jurias. Los gusanos y la podredumbre serán mi cobertor y compañeros. Se dividirán mis partes unas de otras. Mis huesos se convertirán en pol– vo, y sin saliT de la naturaleza volarán a las partes mas lejanas hasta que se unan a la voz del Eterno. He de morir. ¡Terrible pensamiento que tarde vienes! Lección sublime que una ley hacía que diariamente se anun– ciase a ciertos soberanos. ¿Es posible que un hecho que de continuo se presenta, sea preciso recordarlo por medio de un decreto? Sí: los cuatro evangelistas lo presentan bajo diferentes aspectos. Esta verdad que parece pudo omitirse es la más repetida. ¡Qué ilusión! El general en el campo de batalla duplica sus laureles en razón de los cadáveres tendidos en la tie– rra. Se gloria el tirano de que están a su arbitrio las vidas de veinte y cin– co millones de oprimidos. ¡Crueles! ¿Y por qué es tan fácil ensangrentar vuestra cuchilla? Por un defecto que lo es también común: el pronto paso que hay hacia la muerte. Cuando Luis XV lleno de gloria, y en el exceso del podeT acababa de destruir el parlamento, un débil parricida, un fanáti– co, levanta la mano y le hace conocer que es hombre y por tanto mortal. No hay patíbulos contra la edad, las pestes, ni los rayos. No hay clase pri– vilegiada del tributo universal. Yo estoy muy cerca de pagarlo, medito en él para hacerlo menos sensible, y me ofrezco con el mayor afecto a V. Paternidad reveTenda.

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