Los ideólogos: Cartas americanas

28 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE SOBRE EL DIVORCIO Jueves, 15 de Mayo de 1817. Yo muero: y pues este iance terrible para el hombre débil o para el mal cristiano conozco que se acerca, tomo la pluma, acaso la última vez, pa– ra expresarte mis sentimientos, sin recordaT tu ingratitud. Nada hay en mi corazón de impuro, nada de ofensivo a la deidad a quien venero: soy ca– tólico, y expiro en el seno de la religión de mis padres. No tengo la santi– dad ni fortaleza del hombre Dios al entregar su espíritu. Más filósofo sí que Sócrates, converso con mis amigos en tranquilidad, y en lugar de le– gar un gallo al templo de Esculapio, deposito en tí mis secretos más ocultos, mis penas fuertes y mortales. Dígnate recibir mis cartas, y transcríbelas a la posteridad para que sirvan de lecciones morales, y de reglas al vínculo social que une ambos sexos. Corresponde a esta última confianza que hace de tí el hombre que más te ha amado, y que espera amaTte eternamente en la mansión del amor. Haciendo frente a la calumnia, combatiendo con la emulación y la envidia, y venerando las autoridades constituidas por el rey; pero repro– bando los abusos y los vicios, sufriendo una familia que la naturaleza me grita ame, y que sus costumbres me la presentan como odiosa, sujetando lo vivo de mis pasiones por los principios de la moral más exacta, trabajando en favor del público, y dividiendo mi pan con el indigente; yo me contem– plaba dichoso en medio de mis desgracias porque creía que aún había sobre el globo una persona que me amaba, que tomaba interés en mi destino, y que participaba conmigo de los placeres y los llantos. Sí: tu amor salvó mi vida, cuando perseguido por un jefe débil y entregado a aduladores, conspi– raba contra mi misma patria, y todos me huían como a un hombre abomi– nable y proscripto. Recuerdo aquellos días en que después de unas visitas hipócritas, y algunas de ellas en horas excusadas, todos se retiraron, excepto aquel amigo que sabes muy bien me veía algunas veces. Me confieso agradecido por los buenos libros que me confió. A no ser por los vacíos que me obligaba a tener, y otras tibiezas, hubiera creído en él una veTdadera amistad. Este divino nombre se reservaba para tí. Tú sola: sí, tú sola fuiste mi salud, y mí consuelo. Respiraba en tu pecho, y cuando me hallaba más agitado, y oprimido de políticos contrastes, se aumentaba mi alegría al contemplarme dueño de un bien que por sí era superior a lo demás. Pueden numerar los monarcas sus esclavos: el soberano de la China dirá que cincuenta millones existen mientras articula una voz, dicta un mandato. De treinta millones dispondrá el Zar de Rusia. ¿Reinan estos desgraciados en el corazón de sus esposas ni sus hijos? El que domina una alma, tiene un imperio casi

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