Los ideólogos: Cartas americanas

538 MANUEL LoRENZO DE VrnAURRE tos. Quería un gobierno justo, constitucional y arreglado. 1 Usaré de una de mis cláusulas, que citó con oportunidad el señor don Mariano Alejo Alvarez: quería horcas de dos caras, para reos y malos gobernadores. Escribía al mismo tiempo las Cartas Americanas que vio desde sus borra– dores dicho señor. El sabe muy bien, cual fue la intención en circularlas. 2 Era preciso que alguno enseñase a los pueblos. ¿Se podía esto hacer cho– cando cara a cara a los tiranos? ¿Se podía usar un estilo que concluyese con el autor y sus tareas? Muchos de sus argumentos fueron dados por él mismo: ahora recuerdo la carta sobre los padecimientos del cura de Tupiza. 3 ¿Y al tiempo de imprimirlas en Filadelfia las falsificaría? ¿Se conviene esto con los principios de honor y buena fe? Ellas se han de reimprimir en Lon– dres, con otros dos volúmenes más que se continúan. Vendrán al Perú qui– nientos ejemplares, y podrán los sabios ocuparse en criticarlas. Yo contes– taré: mucho llevarán ganado. Mi estilo siempre ha de ser el de la mode– ración. ¿Pero es justo que el Anónimo trunque los conceptos? Yo siento que la edición sea concluida. 4 Con todo he escrito por si se logran algunos ( 1 ) ¿Cuál es el fin de la sociedad? Garantizar las propiedades. ¿Quién es el verdadero defensor del pueblo? El que se sacrifica porque se observen estos fines. ¿Cuál es el mejor gobierno? Aquél en que estos fines se ase– guran. (2) En el desenrrollamiento de las Cartas Americanas se halla la in– tención con que fueron escritas. -Conclusión de las Cartas Americanas página 192, 2<? volumen.- Yo debo concluir mis Cartas Americanas. Depo– sitaria de mis secretos, tu sabes el objeto que tuve en escribirlas. Sabes que leía mis cartas a mis amigos: este era un ejército oculto contra el despotis– mo de España. Yo quería la reconciliación,, no la esclavitud. Les presentaba sus derechos, los daba a conocer, les hacía inspeccionar el último fondo de sus desgracias, los preparaba a ser buenos amigos con los españoles euro– peos, o fuertes contrarios. En aquellas partes donde no podían llegar mis manuscritos, introducía obras, como los Diálogos de Phoción y otros iguales Mi mesa era una academia griega: la conversación era filosófica y mi tema favorito la igualdad y libertad. Yo había dispuesto los asientos de modo, que en mis continuos banquetes no se conociesen jerarquías: no había t~s­ teras y todos los convidados podían reputarse primeros y últimos. Maquia– velo me había enseñado, que no habrá repúblicas, donde hay rangos que sostener. Yo recuerdo un caso del día en que celebré los quince años de mi hija mayor María Blasa. Era grande la concurrencia, y se había introdu– cido en ella un extranjero mercachifle (hombre que vende mercancías por las calles, llevándolas en la espalda) sin ser llamado. Los lugares estaban estrechos y nadie quería proporcionar plaza a este desgraciado. Dejé mi si– lla, me puse en pie, y de cuando en cuando tomaba algunos bocados en el plato de aquel a quien todos querían abatir. Pasamos a la sala donde estaba el deser y saludé por la dignidad del hombre. Yo hubiera querido que .se imprimiese mi discurso: lo deseaban muchos; pero sin duda mi expatria– ción se hubiera avanzado. (3) La carta de despedida de mis hijos, fue un golpe político, con que vencí los informes de Pezuela. (4) No hay en el Perú sino un ejemplar que tiene S.E. el Libertador y otro que me sirve para la reimpresión. ¿S.E. apreciará a un hombre, que manifiesta ser un godo por sus obras?

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