Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 539 ejemplares, para que estos se pongan en las mesas de los cafés. Entre tan– to yo rogaré a mis compatriotas suspendan el juicio contra mi. Es menester leer la obra entera para formar juicio de ella. ¿Qué diría un imbécil al leer la historia de la revolución del Norte, y en ella las cláusulas de humillación con que a los principios hablaban los más grandes patriotas al Rey de In– glaterra? Justamente Rousseau aseguraba, que si se elegían cláusulas de la Biblia podía formarse el libro mas impío. Vi que el mal era irremediable, cuando estuve en Madrid. 5 Mis ma– nifiestos sobre la Tepresentación americana y la carta contra el obispo Abad y Queipo son piezas que apenas se creería que hubiese hombre, que se atre– viera a publicarlas en la corte de Fernando. Ellas dieron mérito a que me insultase en el Prado el hijo de Pezuela. 6 El Anónimo presume que es una afrenta: yo lo tengo por una gloria. Más padeció Régulo porque Cartago no sacase ventajas de una capitulación. Los impresos llegaron a Lima en la época de los tratados de Miraflores, y los señores Unanue y Guido me han asegurado muchas veces, que se hizo de ellos el uso mas favorable y oportuno. 7 No me vine al Perú desde entonces porque aún se hallaba en la es– clavitud. El digno San Martín aún no había logrado los efecto~ de su expe– dición libertadora. Pasé a Francia y allí el Rey de España me remitió de oficio el título de oidor de Puerto-Príncipe. Apenas llegué a mi nuevo des– tino cuando reiteré los debates, que me habían causado tantos disgustos en el Cuzco. Defendía la libertad del pueblo nunca cansado de defender los derechos del hombre. Todos los meses publicaba un volumen de doscientas p5ginas para ir ilustrando a la Nación. Los papeles que esparcía eran in– numerables. El resultado debía preverse. Soy promovido al año y cinco meses a la Coruña con toda mi antigüedad. 8 Se llamai godo al que no se le dejó reposo, porque turbaba la tranquilidad de los tiranos. 9 Renuncié el servicio de España del modo mas noble y enérgico. Es– te documento es el mejor manifiesto que se puede dar en favor de la justicia de nuestra independencia. Me retiré a los Estados Unidos con el ánimo de mantenerme del fruto de mis escritos. Pero yo veo en un papel público, que (5) En mi último viaje a Europa me convencí, de que la monarquía constitucional, era un nombre con que se engañaba a los pueblos. Ruego se lean mis quinto y sexto discursos escritos en Trujillo. (6) Concha en el Cuzco procuró ofendiéndome, separarme del cono– cimiento de la testamentaria del Cura Sugastegui. Podía disponer de todos los jueces menos de mí. (7) ¿Qué tenía ya que esperar la América a vista del atentado co– metido en Madrid contra la representación nacional? (8) No puede decirse que busca asilo, el que renuncia una plaza de oidor decano. ¿Qué renunciaron los patriotas exaltados para tomar el par– tido de la América? No era porque no pretendían, sino porque no se les daba. (9) San Agustín fue acusado en vida de que sus doctrinas sobre pre– destinación inducían al fatalismo. La Fayette fue calumniado por enemigo de Francia. Sócrates por ateo, yo por godo. ¿Quién cree estas acusaciones? Ni los mismos que las publican.

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