Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 31 de hombres ilustres conducidos por ef amor de la religión, de la gloria y de la patria. Medito mi situación: presento a mi espíritu la envenenada copa; me recreo con su vista: extiendo el brazo, y la llevo a mis labios con dulce transporte. ¡Ah! digo: ya voy a triunfar de mis contrarios: ya no me al– canzarán sus asechanzas, y sus tiros. La emulación y la envidia buscarán un nuevo objeto en quién descaTgar sus golpes: mis más acérrimos enemigos van a ser mis panegiristas: el deseo de oprimir al que vive, hará que me elogien después de mi muerte. Yo salgo de este país de hipocresía y fic– c10n. Me pongo lejos de las criminales cábalas, únicos caminos que con– ducen a los empleos y grandezas. Bebamos para volar al seno de Dios, a aquel alcázar donde voy a contemplar entre el mas augusto aparato las bellísimas efigies de la verdad y la justicia. Santos hombres prnfanados por el detestable político, y por el sacerdote que vive en contradicción con lo que enseña; por el impío que os separa de aquel ser soberano que nos da origen; por el supersticioso que os confunde con el mal entendido culto; vo– sotros sólo debéis ser pronunciados con el lenguaje espiritual del hombTe desnudo de la tierra, y del angel obediente. Yo corro a meditaros por toda la eternidad pues sois inseparables de mi Dios. !Instante único de consuelo. ¡Qué poco duras! La religión me grita, te engañas. Sabes lo que hoy eres me dice, pero ignoras los secretos de la providencia, y lo que posteriormente según sus órdenes serás. ¿Crees aca– so en un gobierno general para que los planetas no salgan de sus órbitas, se mantengan firmes los ejes, los mares se humillen delante de diques de are– na, las semillas se reproduzcan en su tiempo, las fieras en los montes no se unan y acometan al hombre débil e indefenso; pero olvidado de la morali– dad del hombre, del cuidado del virtuoso, de la defensa del inocente? Haz de la deidad mejor concepto: lee el Evangelio, lee ese libro divino, y teme malquistar un gobierno que no es del cruel déspota que se recrea en la sangre que derrama. N adíe tiene potestad sobre el más débil pelo de tu cabeza. Todo lo dirige esa mano oculta, grande y poderosa, que el ateo llama acaso, el mal filósofo necesidad, y el cristiano especial providencia. Todo es dirigido en un orden que se nos presenta fácilmente, porque igno– ramos las combinaciones de los seres, y los efectos morales en los dos mun– dos de los cuerpos, y de los espíritus. ¿Crees en un Dios que ve tus males tranquilo y sin causa, ni los impide ni remedia? Pues no crees un Dios destruyendo en tu concepto su bondad, su justicia y su omnipotencia. Ama– mos todas las cosas que dependen de nosotros. Nos interesamos sobre ma– nera en que subsistan. Cuidamos de ellas como de nuestro mismo ser. No se sabe lo que es Dios; pero no se puede presumir que al hombre diese un conocimiento entero de la justicia, sólo para que pensase que en él no se hallaba. Continúa una vida que sólo es triste cuando está manchada con

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