Los ideólogos: Cartas americanas

34 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE ternos arreglamos a ella, pero muy rara vez cumplimos nuestra palabra. Esta es aquella ley de la carne contraria a la ley del espíritu, y la que siem– pre sale vencedora, cuando no interviene un milagro que se llama gracia. Cánsanse ciertos locos que llaman filósofos en planes trabajados pa– ra hacer mejores los hombTes. Alabo su intención, pero los compadezco. Cuando vivía entre ellos pensaba de igual modo. Para enseñarles aun hice hablar a los muertos. Celébranse mis obTas, como antes se aplaudían los oficios de Cicerón y los tratados morales de Séneca en una república ya del todo corrompida. ¿ Pern cuál era el resultado? Una impresión tan ligera que quedaba desvanecida con el primer objeto que seguía a la lectura. Dios se hizo hombre, y el mundo quedó tan criminal o más que lo era antes. Mas digo; por haberse añadido la ingratitud, y no poderse alejar la ignoran– cia. ¿Qué dirán los sabios de más sublime que lo que dice el Evangelio? ¿Dónde se halló, ni se hallará doctrina que le iguale? Código divino, moral y político. Por él se conocen los deberes hacia Dios, hacia la patria, y los justos límites del amor propio. El hombre todo lo pesa, y lo respeta úni– camente, cuando no tiene proporción y facultades para ser malo. Yo te conduzco a este sitio para que adviertas lo único que alcanza la filosofía. Su poder limitado a conocer los vicios, no es tan vigornso, que pueda remediarlos. Lo que aquí verás en figuras es lo que el corazón del hombre alcanza: entra y medita, aprende por si puedes aprovechar para tí mismo. Se me representa en el momento un salón Teal, y en él un soberano recostado sobre un bufete. Le oigo que dice. Yo tengo dominios en las cuatro partes del globo. ¿Pero qué me importa? Yo no puedo soportar que la Italia no sea mía. Me compite la Francia, ¡y quién sabe si me in– vadirá con el tiempo! En estas angustias oprimido levanta un papel, lo lee, y se estremece. Su lema decía: Demostración de la ruina de España por la conquista de las Américas. ¿Pues que mis sucesores no serán los árbitros de la Europa? ¿Mis valientes soldados, y mis tesoros no harán que me tiemblen todas las naciones, y que se humillen implorando mi amistad y protección? Lee el primer renglón y halla: la América arruina las artes de España con el exceso de riqueza; la población con las continuas emigra– ciones a aquellos países; el valor y las virtudes con el lujo. España será dominada, y las Américas. . . Rompe el papel, se enfurece: inmediatamen– te veo un cuadro bien distinto. Era un banquete soberbio al que presidía un ministro taciturno. Despedía los mas excelentes manjares sin verlos, no atendía ni a los elogios que le hacían mil lisonjeros, ni a las historias satíricas y picantes de los que llaman bellos espíritus, y son degeneradas abejas que se mantienen del jugo que sacan de las flores de la virtud y mérito ajeno; el que convierten no en dulce miel, sino en ponzoña de moTtal crítica, e infernal maledicencia. Des-

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