Los ideólogos: Cartas americanas

38 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE una tristeza extraordinaria sobre mí, la frialdad de la conversación hizo que la visita se despidiese con prontitud, y yo me retiro a mi tugurio a formar una dedicatoria que me había encargado mi médico con el fin de presentar su obra sobre la cuTación de la lepra a nuestro monarca. ¿Son estos los bienes de la sociedad? ¿Se reunieron los hombres con este fin renunciando a su natural independencia? Goza el ave de su nido, y la fiera de su gruta, ¿y el hombre no poseerá el techo que sostiene con su– dor y con fatiga? ¿No será lihre para hablar consigo mismo, y comunicar– se con los mueTtos? ¡Fernando, rey de España, si quieres ser feliz, oye los consejos de los filósofos, y ten entendido que entre tus mayores, ninguno fue más digno de la corona que aquél a quien la providencia relevó de la desgracia de ser educado por los que tienen interés en proteger la intoleran– cia, la superstición y el fanatismo! ¡Quién en lugar de dedicatoria pudie– ra decirte con franqueza que en un pueblo de esclavos no puede haber sen– timientos de virtud, y que si falta ésta, el estado se precipita a su ruina! ¡Quién te dijera que sin temer las luces, debes declararte sólo enemigo ine– xorable contra los que las persiguen! Si los hombres no pueden hablar ni reflexionar en público, lo harán en secreto. Si hasta: esto no les es posible, disimularán sus gemidos, reconcentrarán sus penas, acopiarán su fuego ocul– to que cuando reviente, llevará tras sí pueblos, villas y ciudades. ¡Qué horror! Yo transporto mis papeles, ocultándome de mis hijos, y desconfiando de mi mujer. ¿Es éste un estado conforme a la naturale– za? ¿Esta autoridad constituída por Dios en la primera de las sociedades te– me a sus súbditos? No sin razón: en estos mismos días he presenciado las sacrílegas delaciones que algunos de ellos han hecho contra sus sagrados jefes. ¡Asombrémonos! Una adúltera esposa por quitar del medio al que en defensa de su honor impedía sus liviandades: un hijo corrompido que quería anticipar el tiempo de la herencia. Yo no sigo: no me es posible: acompaño copia de la dedicatoria, que ha sido una obTa puramente maquinal, y ofrezco a V. Paternidad reveren– da mi corazón y mis llantos. DEDICATORIA Señor: El orador que forma el elogio del rey que gobierna con humanidad Y justicia, tiene cuasi igual mérito que el sacerdote que incensa el numen que adora el ciudadano. La divinidad que se complace al ver sobre las sienes del benemérito el laurel tejido por la imparcialidad, se recrea, sobre mane– ra en los monarcas justos. Constituídos por él sin otro juez ni superior, son los primogénitos entre todas las criaturas racionales, y el objeto más digno de sus delicias. No es V. M. tan grande poT la extensión cuasi inmensa de sus dominios, como lo es por la predilección manifiesta que goza del to-

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