Los ideólogos: Cartas americanas

40 l'v1ANUEL LORENZO DE VIDAURRE SOBRE MERITO LITERARIO Domingo l . Amiga m ía: No es muy fácil que el que ha jurado seguir el Evangelio, y lo ama como el único alivio de sus males, cometa una inj ust icia a sangre fría, y después de una larga meditación . Todos los días repito cien veces aquella sentencia de nuestro Salvador: que le importa al hombr e gozar todos los bienes del universo, si pierde su alma. Es preciso ser justo aunque pise– mos los respetos que parecen más sagrados. No puede ser ni mi padre ni mi amigo, el que exige de mí una acción contraria a mis deberes. Tú me amarías menos en el momento en que conocieses atropellaba por agradar– te mi conciencia. ¿Crees que los que más lisonjean a los reyes son los que merecen mayor aprecio de ellos? Te engañas. No me hagas el argumen– to con los grandes dones que reciben. La generosidad de los príncipes se extiende hacia ellos, del mismo modo que derraman sus tesoros en sus ca– ballerizas y mantienen los histriones. ¿Cuánto daría un monarca por re– cibir el homenaje de Catón? ¿Cuánto hubiera dado el tirano de José por que le hiciese corte el grande que huía de su presencia ? La virtud tiene un carácter divino y respetable, que admira a los mismos que quisieran sofo– carla. Si esto es cierto, cuando se trata de penetrar unos corazones llenos de vicios ¿qué concepto haré de ti cuyas inclinaciones puras y rectas t en– go observadas y conocidas? Es posible que quieras que tu amante sea in– justo y atropelle por tu patrocinado las leyes de la razón? No me contemplo tan grande cuando vestido de la toga subo a un solio elevado, y me constituyo superior a cientos o miles de hombres, como cuando en entera libeTtad arrojo en la urna mi vot o para decidir del méri– to de un ciud adano. Recuerdo entonces los tiempos gloriosos de Roma y Atenas, cuando el hombre libre e independiente unía la felicidad del esta– do y de la naturaleza a todos los bienes que proporciona la sociedad. ¡Si– glos dichosos en que salía de una humilde cabaña un pobre labrador a de– cidir en la asamblea con su sufragio, los laureles que debían coronar al v a– liente guerrero que había defendido o engrandecido la p atria! ¡Restos pe– queños adorados de esa antigua grandeza, yo juro que jamás os prostituiré! Cuanto me dices en tu recomendación, se reduce a que es viejo el Doctor J ayo y ha obtenido esta misma cátedra muchos años. Este no es mérito, amada mía, para los premios literarios: contest aré a las dos pro– posiciones. Si por la edad se concediesen las recompensas de las academias, pocos serían preferidos a nuestros amigos O. y G. Con t odo, ni ellos se– rían solicit antes, ni nosotros en semejante caso sus protecto res. Merecen

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