Los ideólogos: Cartas americanas

42 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE Truéquense mis miserables votos con mi corazón, y recíbelo con m1 carta. Dé gracias al juez que sentenció mi causa. Mwy Señor mío, y de todo mi respeto: Al leer la carta de V. comprometido mi corazón entre sentimientos de placer y gratitud, han ocupado mi alma de tal modo éstos, que cuasi no ha tenido lugar el gozo. Vencer un ministro pobre, sin protecciones, y en dos– cientas leguas de distancia, no es el efecto de la inocencia y la justicia: es la obra de Bernedo. Me consolaba la voz de mi conciencia, pero otra in– terior me decía ¡cuántos padecen sin causa! Tú has formado tu ruina: la verdad y la humanidad, esos tus ídolos, no resistirán a la intriga y a la calumnia. ¡Quién sabe si pudiera haberme arrepentido de ser virtuoso al ver triunfando al crimen y sin recurso la lealtad, la justificación, el veTda– dero patriotismo! Ya descanso a la sombra de un Arístides desterrado por– que Atenas no puede sufrir su mérito. Bien conozco que he sido causa de los padecimientos de Usted, pero la providencia le Tecompensará lo que no alcanzan mis fuerzas. Los sencillos votos de seis criaturas elevados a su creador, llenarán la casa de Usted de prosperidad, verificándose lo de Da-– vid, nunca vi al justo desamparado, ni a sus hijos que mendigasen el pan. Yo y todos los míos tendremos la mayor gloria en dedicarnos al obsequio de Usted, y en cualquier punto donde nos veamos oprimiré a Usted entre mis brazos con los más vivos transportes de reconocimiento, como su afec– tísimo amigo, y seguro servidor que su mano besa. Al Señor Bernedo, presidente del Cuzco, le separó el injusto Abascal de su empleo por no haber querido sentenciar contra mi inocencia. Hoy llora pobre y prisionero en Chile. El tirano en Madrid descansa en eJ. seno de sus riquezas. ¡Falsos filósofos quereis ... mayores pruebas de la inmor– talidad del alma. SOBRE LA EUCARISTIA Jueves, 5 de Junio. .Ui estimado Padre: No hallo misterio que declarase Jesu Cristo de un modo más expre– so que el de la eucaristía. Claramente dijo que daría a comer su carne, Y a beber su sangre. Cena divina deseada por el Señor, e instituída como sig– no de amor cuando el hombre iba a dar las últimas y más terribles prue– bas de ingratitud. Me regocijo cuando veo la forma consagrada: concu-

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