Los ideólogos: Cartas americanas

CA~TAS AMERICA AS 43 rro gustoso con mi dinero al culto. Me alivio en mis pesares cuando con– templo que los ojos del Dios humanado se encuentran con los míos. ¡Con qué ternura reconocerá en este desgraciado un mártir de la verdad y la justicia! Estas dos cualidades harán desapaTecer en su presencia vicios de que no estoy exento, y que son el patrimonio de los mortales. ( * ) Con todo hallo argumentos que quisiera se resolviesen para mi ma– yor tranquilidad, ¡Cuánto diera por haber vivido y muerto como muchos de mis mayores! Ellos todo lo creían sin examinarlo. Yo necesito espe– cular todas las cosas, y combinaTlas para darles crédito. Respeto los mis– terios: mis luces no alcanzan a estos arcanos, pero sólo presto fe a aque– llo, sin lo cual estoy cierto que no podría salvarme. Aun sobre esto pul– so mi razón hasta donde puede servirme de guía. Donde acaban sus fuer– zas me rindo y exclamo: Hay una distancia infinita entre Dios y el hombre. Cuando los apóstoles mmmuraron la acción de la Magdalena sobre el gasto excesivo que había hecho en el ungüento precioso, anticipando los honores del sepulcro, les reprocha el Divino Maestro, y les dice: esta mu– jer ha hecho una buena obra. Tendréis siempre con vosotros, pobres a quie– nes socorrer, a mi no me tendréis. Si el Señor quedaba hasta la finaliza– ción de los siglos con nosotros, no podía decir esto con verdad. Lo prime– ro, porque según está declarndo por los concilios, el mismo Jesu Cristo que predicó y enseñó, es él que se halla bajo los accidentes de pan y vino. Lo segundo porque existiendo entre nosotros, se le había de dar culto. En el acto de darlo ya se hacía un gasto, y por consiguiente el que había impen– dido la pecadora arrepentida no era el último. ¡Que diferencia entre seten– ta y cinco pesos fuertes que valía el bálsamo, y la cera que se gasta dig– namente en nuestros sagrarios! Entrando en el modo en que los católicos hablamos del sacramento, él contiene dos misterios; la compenetración y la reproducción. El prime– ro me parece muy llano: los argumentos de Rousseau y de Montesquieu sobre que la parte sea mayor que el todo: que un cuerpo entero puede ca– ber en una boca, y otros iguales me parecen muy débiles. Estoy cierto que no conocemos la esencia de las cosas, y por consiguiente que aunque la triple dimensión parezca la más verosímil en la materia, tiene argumen– tos muy graves contra sí. Que todas las partes de un cuerpo humano por el poder del Ser divino quedan contenidas en una lenteja, sólo le parecerá imposible al que no vea los cielos y los mares y reconozca en ellos la gran– deza de su autor. La terrible es la reproducción, sabe V. Paternidad que filosóficamen– te hablando, esta es una creación nueva. En cada hostia consagrada tene- (*) No he tenido otro que el amor. ·. 625681 •• -4 • 1

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