Los ideólogos: Cartas americanas

44 MANUEL LORENZO DE VrnAURRE mos el alma de J esu CTisto y su cuerpo íntegro. Si son diez millones de formas, son diez millones de almas, diez millones de cuerpos. Son distin– tas en el número aunque perfectísimamente iguales en su especie. ¿Y qué se hace de esta alma que yo he tomado en mi pecho cuando ya se alteran los accidentes? ¿Cuál es el efecto de esta nueva creación? ¿Se aniquila? Luego el alma racional es mortal, y perecedera, y si la de J esu Cristo lo es, con mayor razón lo será la del resto de los hombres. Estamos firmemente persuadidos que no hay criatura más perfecta que el Hijo de Dios, pues ha– ce una sola persona con la deidad. De la reproducción resulta que Dios es– tá creando continuamente Jesu Cristos y los está aniquilando: es decir que devora a cada momento la obra más perfecta de sus manos. Continuando mis raciocinios hallo otros inconvenientes. Es también punto declarado por nuestra santa mad re iglesia, que en el momento que e alteran las especies, se separn la humanidad y divinidad de J esu Cristo. Si ya no hay sustancia de pan ni de vino: y si ya sólo hay Dios hablando conforme a nuestra fe ¿qué es lo que se altera? ¿Cómo puede haber alte– ración de una materia que ya no existe? ¿Que ya pereció? ¿Que ya se ani– quiló por medio de las palabras del ministro que hacen la verdadera forma? Abro el campo a los grandes talentos de V. Paternidad mientras fir– memente persuadido del misterio corro a nuestro templo a adorar a J esu Cristo en la hostia consagrada con el mayor respeto y humildad. CONTESTACION (?) de Junio. Mi amado mnigo: En el momento que se pueda explicar un misterio, ya dejará de seT– lo. El justo vive por la fe. No tiene mérito esta en las materias de que nos hallamos perfectamente convencidos. Yo no podré demostrar el mo– do como nuestro Señor J esu Cristo existe en el sacramento. Doy un cul– to completo cuando humillo mis naturales luces. Con todo contestaré a los tres aTgumentos que Usted hace, sin valerme de lo que han escrito los doctores de la iglesia. Aprobó el maestro la acción de la pecadora penitente. Dijo a los que la increpaban, que siempre tendrían pobres a quienes favorecer, que a él no lo tendrían. La respuesta es fácil. No lo tendrían de un modo vi i– ble: no lo podrían ungir como a un hombre. Esto no es contrario a la presencia sacramental, ni al debido culto que se da en los templos. Cree usted que Dios cría un cuerpo y alma de Jesu Cristo cada vez, que el ministro consagra. Su aniquilamiento lo figura usted cuando se consume. De este modo no se entiende la reproducción. Una sola es el

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