Los ideólogos: Cartas americanas

50 MANUEL LORENZO DE V IDAURRE tos, mantendré entre ellos las virtudes que han estado siempre unidas a mi espíritu. No quitaré al ave en sus huevos, el placer de verse reproducida; me deleitaTé en su canto sin sacrificarla a mi apetito. Jugaré con el tierno corderillo, pero sin destinarlo a la muerte en el mismo momento que lo ha– lago. Huiré de las fieras sin armarles lazos para, vengarme de un mal que aún no me han hecho. Frutos produce la tierra sin destruir nin~ún vi– viente. ¡Cuánta locura! ¡Pern ah! Yo logro el placer de pensarlas. Yo me figuro un estado natural que no es posible, y que sólo existi6 en genios de– lirantes. Los hombres están llenos de crímenes, pero es preciso vivir con ellos. No sigamos sus huellas, démosles por castigo sus remordimientos, contentémonos con meditar en aquel Dios por quien existimos, para quien fuimos creados, y con quien eternamente viviremos. SobeTano Señor mío: yo confieso que me formaste de la nada. Mí alma no fue la obra de mis padres. Desde ab eterno habías fijado mi des– tino. Como misericordioso dispusiste para mi lo mejor: como justo lo arre– glaste: como omnipotente allanabas los obstáculos que podían impedir mi verdadera felicidad: como pr6vido, nada omitías de aquello que debía con– tribuir a perfeccionar tus planos benéficos sobre mí. El albedrío que mP. dejaste por mi mayor perfección, es la causa de mi desgracia: yo te lo re– nuncio desde este momento, y me constituyo bajo de tu amparo y tutela. Mi razón me ha descarriado: te confieso su limitación y debilidad. Recí– beme por Jesu Cristo tu hijo, y desde este momento ya no temo más al hombre, ni al ángel, ni al demonio, ni a ninguna criatma. El Señor está conmigo ¿quién podrá cantar contra mí la victoria? El más pequeño pelo de mi cabeza se halla seguro. Desafío a los tiranos del universo, a aque– llos. . . que se conceptúan iguales al verdadero poderoso, y quieren usur– parle su grandeza. Estas eran mis cristianas y justas ideas, cuando una inútil visita in– terrumpe mi corto sosiego. ¡Angeles purns, por qué no guardáis mi celes– tial sueño: por qué consentís que se arranque mi corazón del seno de su autor donde por algunos minutos reposaba! Padre mío; nunca se aligera tanto el peso de mis desgracias, ni veo con mayoT indiferencia las cosas de la tierra, que cuando medito algunos instantes en el único objeto digno del amor de mi alma. Amémoslo, y hagamos por él, el terrible sacrificio de perdonar y amar a los demás hombres. Soy de V. Paternidad un fiel ami– go que su mano bes4t.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx