Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 51 SOBRE EL TRATO CON LOS ESCLAVOS Noche del Martes 10 de Junio. ¡Miserable filosofía! ¡Desgraciado filósofo! Después de un estu– dio serio de cuatro hoTas cuando menos cada día, y otras tantas de medi– tar y reflexionar, yo me hallo el más ignorante, y el más pequeño de los hombres. No es esta la expresión de Sócrates, es el conocimiento que de– bieron tener de sí Séneca y Cicerón. Sus escritos sobre las pasiones, y los oficios, no los hicieron superiores a las intrigas de la corte y a una ambi– ción ilimitada. Ellos querían combatir a los opresores, pero sin dejar de oprimir al pueblo, y mucho más a sus enemigos. ¡Qué diferentes son las obras de los que se titulan sabios de sus costumbres secretas, y aun de sus públicas acciones! Es el hombre un prodigio de grandeza y pequeñez: cláusula sin igual que he de repetir aunque sea ajena. A mis solas me con– templo semejante a la divinidad en la justicia. Formo los discursos más completos sobre la tiranía de los poderosos para con sus semejantes. De– testo a Hobbes y a todos los defensores de la fuerza. Formo los elogios más sinceros de aquellos benéficos racionales que se ocuparon en felicitar su es– pecie. Me sacrificaría gustoso por proporcionar al último de los afligidos el alivio en sus miserias. Algo práctico que aluda a estos sentimientos, pe– ro ellos carecen de aquella realidad y consistencia, sin la que no se puede dar una verdadera virtud. Es preciso confesar mi culpa, y depositarla en el seno de la amistad. Sí mi padre: salí forzado al paseo por libertarme de las continuas Tecon– venciones con que me reprochan mi amada misantropía. De regreso he llegado a casa de un amigo, hombre que me parece bueno, y que lo asegu– raría a no hallarme tan escarmentado de la hipocresía y falsedad. ( *) Es– taba su mujeT rodeada de sus criadas y sus cri ados, tocando con ellos un instrumento y divirtiéndose con su baile. Todos se hallaban a la par, y no se conocía la diferencia de las clases, sino en sus opuestos colores: ¡cuánto me sorprendió esta familiaridad! La caracterizo en momento de un acto de bajeza. Desapruebo altamente en mi interior aquel método doméstico, y me cuesta mucho mostrar buen semblante en la diversión. Tomo el té, converso cuanto puedo por distraerme de la música, y me retiro antes de tiempo, juzgando que los instantes eran años. Maldita sea la educación de los nobles en los pueblos civilizados. Esas impresiones de falsa grandeza que recibimos desde la cuna, nos acom– pañan hasta el sepulcro. Esta es la lejía que tenemos en nuestros corazo- (•) Después descubrí que era un frívolo fanfarrón ..

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