Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 55 brutos: no pretenderemos glorías quiméricas, y apariencias con que enga– ñan los tiranos a hombres incautos, o tan perveTsos como ellos. No bus– caremos en el seno de la tierra materias inútiles a la felicidad natural, y que por sí no pueden llenar ninguna de nuestras necesidades. Este pensa– miento: no existo con una alma inmortal, reflexionado con detención, es suficiente para mitigar las penas del estado de mayor desgracia, y prnpor– cionarnos la fruición de unos placeres que en la tierra gozan los justos aun– que en bosquejo, y los que más completos deseo a V. Paternidad reveren– da en el seno de nuestro Dios. SOBRE LA INMORTALIDAD DEL ALMA Sábado, 14 de Junio. Mi tristeza no me presenta sino pensamientos que me devoran. Co– nozco la debilidad de mis fuerzas. Mis pasiones juegan con mi razón co– mo con una débil paja que carece de peso, y resistencia. No sé donde ocu– rrir. La imaginación en mis primeros años me fue un recurso seguro y de– licioso. Su fuego daba tal bulto a los fantásticos objetos, que yo lograba los placeres de los reyes, los cultos de los sacerdotes, las delicias de los amantes. En la presente todo es muerte paTa mí: arena seca, montes ele– vados sin fruto, noche sin luna ni estrellas. Inocente sufro todos los temo– res de los criminales. Mí corazón es destrozado de una especie de celos sin persona que los cause. Sufro las amarguras de los que aman, sin participar de sus recreos. Todos me paTecen dichosos. Arrojo lágrimas al ver el men– digo que come un mendrugo, y envidio la satisfacción que le causa. El prado más hermoso me parece marchito, y no hay día tan sereno, que no lo caracterice de melancólico. Se han apoderado de mi todas las furias. El alma de Orestes al ver manchado el cuchillo en la sangre de su madre; el cuerpo de Hércules carcomido con la túnica envenenada, son un débil bos– quejo de mis tormentos. ¡Ay! amiga mía: estos dos héroes tuvieron dos verdaderos y fieles amigos en su desgracia. Yo no tengo ninguno en mi trágica situación. Infeliz del solo que si cae no tendrá quien lo levante, di– ce el sabio. Yo elevo los ojos a la deidad, le hago mis ruegos, le pido que preste piadoso sus oídos, que no me olvide. El abatimiento de mi alma me dice que no me escucha. Los ángeles y los hombres están sordos a mis que– jidos. Unas visitas importunas, unos cumplimientos simulados, un interés fingido en mis negocios más me desespera. No veo por todas paTtes, sino un traidor que me asecha, un falso confidente que me calumnia, un hipó– crita que me deshonra, cuando aparenta que me compadece. ¿Dónde es-

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