Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICA r AS 59 SOBRE QUE DESPUES DE MUERTOS PRESENCIAMOS LOS ELOGIOS U OPROBIOS A NUESTRA MEMORIA Noche del Sábado 14 de Junio. En un condado de los de Inglaterra hay un templo en cuyas puertas cerradas, si se toca, se oye de pronto el sonido de un trueno, al que sucede una armonía celestial, que anuncia aquellos placeres, que dicen haber en el paraíso. Si algún hombre tímido y cobarde hiciese la experiencia, y asom– brado con el primer fenómeno huyese sin esperar la suave melodía, sería pa– ra él de dolor y de tOTmento, lo que a otros viajeros racionales halaga y satisface la curiosidad más justa. Después de haber hablado en la noche anterior de la aproximación de mi muerte, si quedase abismado entre espectros y cadáveres, sentiría to– do el peso de mis dolencias, y las angustias de un fin que es en lo físico el más terrible de los males. Yo medito hoy en esta ley necesaria el origen de la verdadeTa felicidad y gloria. Me figuro unas delicias tan completas, que llego a desear con el apóstol, la separación de estos dos seres que constitu– yen mi naturaleza. No trataré de la posesión de Dios, del conocimiento de sus atributos, de su vista, de su modo de ser, según leemos en San Juan. Para explicar esos gozos, mi pluma es muy débil, y el barro de mi cuerpo una muralla gruesa, que me impide registrar arcanos tan sublimes. Pienso en satisfaciones de otra orden menos eternas; pero que tienen mayor rela– ción con los deseos que actualmente nos ocupan. Si es natural la inclinación que nos impele a buscar los medios por los que podemos seT felices, no está menos reconcentrada en nosotros la sed viva de sobreviviT en la fama y en la gloria. Cuando todas las pasio– nes las hallamos reprobadas en los libros divinos, el Espíritu Santo fomen– ta ésta expresamente, la encarga y aprueba. Jesu Cristo mismo entre lec– ciones de la humildad más pura; jamás mezcló la bajeza ni el abatimiento. Si Dios unió el placer a la generación como sabio modo de propagar la es– pecie; el anhelo de una vida posterior fue la base única de sostener las so– ciedades. Sin este anhelo el hombre erraría como los brutos, en el campo; en el centro de una piedra o en un árbol carcomido formaría su temporal habitación. Pescar y cazar sin arte y con rudeza sería su trabajo para su– plir a los frutos naturales. Este es el sentimiento que hace a Scipión de– volver el presente de una casta y hermosa doncella; respetar Alejandrn la familia de Darío; a Torcuato y Bruto sacrificar sus propios hijos. Esta se– gunda y superior existencia, turba el mundo, exponiéndose a los mayores riesgos; Colón se arroja a la merced de las olas, con una tripulación igno– rante y grosera descubre reinos y provincias que jamás pensó poseer, y que por casualidad aumentaron los dominios de los Reyes Católicos.

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