Los ideólogos: Cartas americanas

60 MANUEL LoRENZO DE VrnAURRE La naturaleza: D ios que no es posible nos engañe: que con reglas no variadas enseña al irracional el alimento que debe escogeT, las plantas que le han de servir de medicina, al ave el modo de formar su nido y a la culebra el método de mudar su piel; cuando infundió en nosotros este ape– tito no fue sin duda para burlarnos, sino para que algún día gozásemos de :;u poses10n. No puede ésta conseguirse, mientras vivamos unidos a los cuerpos. No ha habido veTdadera gloria que preceda a la tumba. Cuando Voltaire fue coronado por las musas, mil plumas se comprometían a degra– dar sus obras; cuando Rousseau recibió el premio de Dijon, en París se le ::ifligía con intrigas ruines y pequeñas. Temístocles muere expatriado, y Simón sale para siempre de Atenas. Logren los reyes los elogios fingidos que le hacen sus vasallos o sus siervos, mientras en las naciones extranjeras se descubren en gacetas y jor- 1ules sus debilidades y sus vicios. Todos saben lo sensible que fue Luí XIV a esta especie de ofensas, siguiendo el ejemplo de los antiguos seño– res de Roma. La virtud y el mérito son continuamente perseguidos. Bo– ssuet adulador y político, logra de los soberanos y los papas elogios y pre– mios que se roban al virtuoso y sabio Fenelón. Pero no ignora que gentes honradas alaban al perseguido, y le ofrecen una distinta recompensa. Ni el criminal ni el justo, mientras viven, disfrutan de aquellos laureles que una justicia exacta y rigurosa, siempre reserva para las edades posteriores. Los juegos diversos entre los atenienses, sus espectáculos, y poemas eran la alabanza a los seres que defendieron la Grecia y eran muertos. A estas dig– nas costumbres corresponden las ceremonias romanas en cuanto a funera– les; el honor y distinción de los sepulcros. ¿Y de qué aprovecharían al que ya no existe, y no ha de tener la menor parte en que su nombre se calle o se publique? Platón veía los se– pulcros rodeados de fantasmas que eran aquellos sensuales, que como pe– rros hambrientos anhelaban por los placeres de que antes se habían alimen– tado. Dejoses y D. Pedro El Cruel. cubiertos de sangre, Sardanápalo y Luis XV con sus innumerables concubinas: Fernando El Católico al lado de sus simulados y falsos ministros, es preciso que oigan lo que se escribe y habla de ellos en un siglo en que no dominan, y en que trocada su gran– deza con una impotencia absoluta, son más débiles que un insecto, para peTseguir a los filósofos y tomar de ellos venganza. Mi adorado Enrique IV, digo el de Francia, se gloria al oír los en– comios de gentes imparciales que lo elevan sobre los dos santos Fernando Y Luis. Grande en la guerra, sublime en el gabinete, ni va a turbar los esta– dos ajenos con cruzadas, ni dicta leyes enfurecido con el espíritu de fana– tismo, superstición e intolerancia. ¡Monarca grande! Ravaillac te quita una vida sujeta a mil contingencias, pero hasta que se disloquen los pla– netas gozarás otra en la sincera adoración de las má remotas generaciones.

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