Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICA AS 61 No será ésta la suerte privativa de los reyes: élla será común a to– dos los mortales. Aquel simple y virtuoso paisano, que vivió sujeto a las leyes en buen padre de familia, en ciudadano útil a la patria, sentiTá el más vivo placer al oír aplaudir las virtudes privadas de aquellos hombres ilustres que sirvieron con sus brazos, y supieron llenar todos los votos que hicieron en el momento de nacer en la sociedad y no en las montañas. ¿Qué consuelo no recibiTá aquel filósofo castigado porque observó el movimiento de la tierra, al ver que su opinión e un dogma? ¿Cuál no 5erá el regocijo de Becaria al saber que sus l;bros quemados por manos del verdugo, son la pauta a que se sujetan los buenos magistrados? Los sabios de PoTt-Royal pisando reptiles casuístas, sin duda habrán olvidado una per– secución que solo fue de momento. Sí: yo creo en esta especie de recompen– sas, a mí me parecen apoyadas en la escritura, y en la razón más sana. He leído las profecías, y en ellas los suplicios que Dios prepara a los reyes tiranos, protestándoles la destrucción de sus imperios y monarquías. Dilata la ejecución para otros siglos, en los que ya no existen ni los huesos de esos criminales que lo impelen al castigo. El oprobio, el hambre, la des– nudez deben suceder al orgullo, el abatimiento a inmoderado lujo. Serían estas penas o injustas o no proporcionadas, si la supervivencia que yo anun– cio fuese la obra sola de mi imaginación. ¿Qué se le daría a Heliogábalo de que Roma viniese a ser el patrimonio de los papas? ¿Y qué a Cromwell que los Estuardos volvieron después de sus días al trono de Inglaterra? ¿Al injusto y ~d opresor qué aflicción podría causarle que muriesen en aba– timiento y en pobreza sus cuartos nietos a quienes no conoce? Halagados por los placeres del momento, verían con el mayor desprecio los sucesos posteriores, quedarían en ellos extinguidos los efectos de la conciencia y los remoTdimientos. Quebrantaría Dios las leyes que hacen su esencia en lo justo, dejando conducir en satisfacciones, y contento al culpable, y pre– parando los tormentos y aflicciones a un inocente que aun no era creado. Esta conducta para mí encierra siempre un misterio. Pero si el verdade– ro delincuente no era partícipe del castigo, desapaTeCÍa el arcano, quedan– do únicamente la tiranía o la locura, defectos que no pueden avenirse con un ser tan grande y tan perfecto. Siente el hombre mientras vive por una voz divina la vergüenza de la infamia que después de su muerte, sus acciones malas le han de atraer. Pero este Tecuerdo pasajero queda muchas veces oscurecido por la lisonja, principalmente hacia los príncipes. Cuando nuestros reyes antiguos en la expulsión de los moros, y el de Francia revocando un edicto, esparcieron sobre millares de familias la desolación y el llanto; estas acciones atroces contrarias a la humanidad y al bien general del estado, se les presentaban poT malos sacerdotes, y por cortesanos viles, como golpes grandes de virtud y de política. Deben ver las consecuencias en la destrucción de sus domi– nios, y en el paso trémulo e incierto con que suben al trono, y se mantie-

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