Los ideólogos: Cartas americanas

62 iviANUEL LORENZO DE VIDAURRE nen sus augustos sucesores. La justicia exige que lean su proceso, reconoz– can el atraso y desolación de sus reinos, y los medios que proporcionaron a otras potencias para elevarse sobre sus ruinas. Sólo hay contra mi sistema una objeción vulgar que nace de la teología. Es ésta, suponer las almas en el cielo, en el infierno, o en aquel tercer lugar destinado a purificar por el fuego los espíritus de los justos. ¡Compadezco a mis mayores! ¡Cuántos errores tuvieron sobre materias las más graves de nuestra religión! Hay premio, hay castigo, hay estado me– dio: soy católico: todo esto lo creo y lo confieso. ¿Pero qué? ¿Se ha presu– mido que las almas son como los cuerpos, colocadas en un sitio que contie– ne la triple dimensión? Entonces serían corpóreas. En el momento que juzguemos se hallan confinadas en cierto y determinado espacio, ya supo– nemos necesariamente que tienen partes y las equivocamos con los cuerpos. Dan a esto mérito las pinturas que se nos hacen de los ángeles y de los con– denados. Para aumentar en nosotros el temor de Dios, incitarnos a su ser– vicio perfecto, se nos conduce por unos caminos errados y peligrosos en los que se halla carcomida nuestra creencia por su base. Los espíritus no ocupan lugar, por consiguiente pueden entender y percibir cuanto se práctica entre los vivientes. Mi doctrina lejos de opo– nerse a la remuneración conspira a ella. Los justos logran saber los elo– gios de sus virtudes, y los criminales el oprobio de sus vicios. Pueden juz– gar de cuanto se escribe, se dice y se habla en los puntos más distantes. Si tienen la semejanza de Dios, y esto es de fe, ¿por qué les negaremos esta calidad? Dios está en todas partes: pueden estar los espíritus. Su modo de estar será menos peTfecto. ¿Pero no es constante que en cuanto a la espiritualidad hay grande conveniencia en Dios, el ángel y el alma racio– nal? Si el alma concebía lo que de élla se trataba en París y no en Roma, resultaría por consecuencia que se hallaba en la primera ciudad y no en la segunda. Error contrario a su natuTaleza. Por grande que se contemple el itio, el tiene dimensión, y sólo puede contener cuerpos. Si su conocimien– to era uno mismo, en ambos, su espiritualidad era probada. ivii sistema na– da tiene de perjudicial. Con él se anima la pasión por la verdadera gloria, y se logran excelentes ciudadanos. No se sacrificarían los tres Decíos, si creyesen que no habían de lograr una vida posterior a la memoria de sus compatriotas. No sé si mis raciocinios serán reprobados por los inquisidores: pero sí diré que son muy útiles a la sociedad. ivias siendo defectuosos mis concep– tos, V. Paternidad Teverenda los disculpará como producidos por un amigo que lo arna y su mano besa.

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