Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 65 Para arrojar los demonios, a la oración se unió el ayuno. Esta pe– nitencia loable antiquísima en la sinagoga se practicó por el precursor y sus discípulos, y por el mismo Jesu Cristo. En Tealidad hay ciertos demonios de vicios que sólo se amortiguan con la abstinencia. Ella fue virtud co– nocida aun de los filósofos paganos. Siempre que el ayuno sea moderado, además de tener en freno las pasiones, es un medicamento para alargar nuestra vida y aun los placeres naturales. San Pablo, primer ermitaño, co– mió más que Heliogábalo. El cálculo es fácil, sabiendo los años que uno y otro tuvieron de vida. La economía de los deleites es la que aumenta su intensidad y valor. Seguiría explicando todo lo que comprendo en el Evangelio corres– pondiente a nuestro culto. Pero se debe confesar que ninguna de estas co– sas aparecen con el carácter de un precepto, y de un precepto de tal espe– c.ie, que contenga en su quebrantamiento la pena terrible de perder el rei– no del cielo. Al tiempo de escribir he dejado la pluma, y he leído y releído el Evan– gelio por ver si me engaño. ¿Para qué son intérpretes en una doctrina lle– na de luz y claridad? ¡Qué bien se distinguen los preceptos de justicia de los de consejo! A los unos se señala el castigo según su gravedad, en los otros se presenta simplemente la enseñanza. Cualquiera que reflexione, hallará que el soberano legislador quiso que obrásemos mucho en favor de nuestros semejantes: que nuestras costumbres fuesen muy puras, que com– prásemos con ellas el Teino del cielo; pero en materia de ritos y ceremo– nias, casi hallamos un perfecto silencio, y ningún castigo establecido: ex– presamente ordena que la oración sea en lo oculto, y de muy pocas pala– bras, distinguiéndose de los malos judíos. Dispone que los ayunos no sean públicos, y por el contrario que se practiquen de modo que nadie los co– nozca. Y según estas reflexiones, si un cristiano que confiesa a Jesu Cristo, que fue bautizado, no entrase jamás a ningún templo, no ayunase, orase únicamente en su casa, y guardase todos los preceptos del decálogo, ¿se sal– varía? V. Paternidad me dirá que de ningún modo porque está obligado a creer y practicar otras muchas cosas fuera de las comprendidas en el Evan– gelio. Vuelgo a preguntar. ¿Y cómo el Señor que puso por precepto que se creyese en él no obligó a los demás artículos de creencia? ¿Por qué no determinó los ayunos, las misas, las confesiones y comuniones, la adoración de las imágenes, y lo demás que hoy observamos? ¿Hemos de juzgar que el libro divino único santo sea incompleto? ¿Cuándo Moisés fue tan expre– sivo- en el culto y señala las penas a los infractores, J esu Cristo se olvida– ría y omitiría estos puntos, dejándolos al posterior capricho de los hom– bres? Liberándonos de los pesados ritos antiguos, si hubiera querido sus– tituir otros, ¿no le eTa fácil señalarlos? ¿En tres años de predicación no tu-

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