Los ideólogos: Cartas americanas

68 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE El Cap. 19 de San Juan que es el fundamento de la más elevada teología, nos dice, que por Moisés fue dada la ley, por Jesu 'Cristo, la gra– cia y la verdad. ¿Cómo convendríamos en lo que asegura el evangelista, si después de la venida del Mesías se condenaban todos los no bautizados, aun cuando observasen la ley natural? El linaje humano se puede decir que era más desgraciado después de la redención. Estamos persuadidos que antes, el que observaba el decálogo, aunque jamás asistiese al templo eleva– do por Salomón, y reedificado por Zorobabel debía salvarse. Después ne– cesitaba adivinar nuevos misterios para creerlos, y nuevos ritos para prac– ticarlos, y no haciéndolo nada valía ser justo, ni distinguiTSe del delincuen– te y criminal. Esta no era gracia, y si la verdad es gemela de la justicia, tampoco diremos que es verdad. El Evangelio y los actos de los apóstoles me dan otras pruebas. En estos libros, se nos manifiestan los lugares en que predicaron. El que se ex– tendió en mayor número de provincias, fue San Pablo. PoT eso se llamó el enviado de las gentes. Comparemos esos lugares con nuestras cartas geográficas modernas. Una zona entera quedó sin predicación, y tan que– dó, que aún no era descubierta ni creída. De la misma Europa, Asia y Afri– ca, unos puntos muy pequeños fueron aquellos en que se oyó la palabTa de Dios por sus ministros. Ni se diga, que no se sabe dónde predicaron los discípulos o si pasaron a las regiones distantes de un modo milagroso. Si ásÍ fuese .se repetiría este portento como se refiere el de las lenguas, y el pasaje del carro con San Felipe. Entre los dones que se le concedieron a los pTimeros elegidos, no hallamos el de volar. No se había de omitir un privilegio tan grande, cuando se refiere el modo como salió de la cárcel San Pedro y cayeron las cadenas de sus pies. Cuando alguno hubiera predica– do en esos países, lo avisaría a sus sucesores para que no abandonasen aquellas personas entre quienes se había esparcido la primera doctrina. No se había de arrojar una semilla entre gentes bárbaras para dejarla en abso– luto abandono. Tenemos noticias de los lugares en que predicó San Fran– cisco Javier. ETa más propio saber donde practicaron estas celestiales fun– ciones San Bartolomé y Santo Tomás. Si no hubo enseñanza, no puede haber castigos. Recopilando lo que he escrito en esta carta que se ha hecho muy larga fuera de mi costumbre, propongo a V. Paternidad como duda, que parece según las razones expues– tas, que el cristiano que cree en Jesu Cristo, y obra según lo escrito en el Evangelio, debe ser salvo, aunque prescinda de todos los artículos declara– dos posteriormente; y el que no ha tenido la felicidad de conocerlo descan– sará en la mansión eterna guardando la ley natunl. Tengo el honor de ofrecerme a V. Patetnidad reverenda como su buen amigo y seguro servidor que su mano besa.

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